Alcanzando Madagascar, la flota rusa del Báltico tiene noticias de la rendición de Port Arthur y recibe órdenes, en la fecha, de dirigirse a Vladivostok. Entre tanto el Zar, quizá pensando en que la magnitud de su escuadra compensará sus deficiencias, envía otros 12 buques del Báltico que a principios de mayo se unirán a la flota original.

En Manchuria, tras costosas acciones terrestres, las mal abastecidas tropas rusas se repliegan de Port Arthur a Mukden (Manchuria), donde, entre el 20 de febrero y el 9 de marzo 350.000 soldados rusos y 250.000 soldados japoneses libran una sangrienta e indecisa batalla. Vencen los japoneses, pero por escaso margen y después de haber perdido otros 70.000 hombres.

Mientras, la flota rusa del Báltico se dirige al Lejano Oriente, algunas unidades a través del canal de Suez, y la mayoría alrededor del cabo de Buena Esperanza. Es una expedición quijotesca y del todo inútil. En la mañana del 27 de mayo, el almirante japonés, Heihachiro Togo, es despertado con la noticia de que la flota rusa se dirige al estrecho de Tsushima. “Esta batalla va a decidir la suerte de nuestra nación”, manifiesta el almirante japonés Heihachiro Togo cuando son avistadas las chimeneas negras y amarillas de la flota rusa. Sus palabras constituyen una profecía. En efecto, Togo vence al ruso Rozhdiéstvenski, que es hecho prisionero. La confrontación de aquel día en las aguas del estrecho de Tsushima supondrá mucho más que una victoria o una derrota pues marcará el futuro del Japón en el siglo XX como gran potencia.

La rapidez y puntería superiores de Japón pronto tienen consecuencias. Los grises buques nipones apenas visibles en la niebla, parecen escapar a la vacilante artillería rusa, embarazada por sus demasiado ostensibles navíos. A media mañana del día 28 de mayo, la flota de Togo ha aniquilado los últimos restos de la flota rusa. De los 38 buques que han participado en la batalla, todos menos 3 son hundidos, destruidos o capturados. Perecen unos 4.800 hombres entre marineros y oficiales. Por su parte los japoneses sólo pierden 3 de sus buques y 117 hombres. Expresadas las perdidas en términos de tonelaje, ha sido la mayor batalla naval de la historia, que sólo será superada por las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando en Tokio se conoce la victoria sobre los rusos, delirantes muchedumbres invaden las calles. Toda aquella noche, el parque de Hibiya vibra entre música y danzas, con banderas al viento y fuegos de artificio. En San Petersburgo las cosas transcurren de otro modo. Las masas populares rusas interpretan la humillación como un exponente más de la ineptitud, ineficacia y corrupción del régimen zarista. El trascendental éxito de Japón causa el asombro de todos los gobiernos del mundo. En la Edad contemporánea jamás ha ocurrido que ningún país asiático humille de aquel modo a un poder occidental. Japón por su parte ha vencido usando armas y tácticas occidentales. A partir de entonces, el reino insular de Asia será reconocido como una de las primeras potencias navales del globo.

La flota japonesa desembarca en la isla de Sajalín. Los japoneses han vencido, pero han quedado virtualmente exhaustos en la empresa. En cuanto a los rusos, con la Revolución de 1905, que ha? sembrado el caos en el país, no abrigan deseo alguno de continuar.

Tratado de Portsmouth. Tras las conversaciones iniciadas en el mes de agosto entre Rusia y Japón, en Portsmouth, New Hampshire (EEUU.), tiene lugar la firma, en la fecha, del armisticio entre ambas potencias, con la mediación del presidente estadounidense Theodore ROOSEVELT. Este armisticio concede a Japón -vencedor de la guerra- la cesión de la vía férrea al S. de Manchuria, el protectorado sobre Corea (cinco años más tarde, Japón se anexionará formalmente la totalidad de la península) y la anexión del sur de la isla de Sajalín y la península de Liadong (junto con Port-Arthur), mientras que los rusos se ven obligados a abandonar Manchuria. El Japón reclama también una indemnización, pero a esto Rusia se niega en redondo. Roosevelt insiste en que el Japón desista de esta pretensión, lo que desagrada enormemente al pueblo de ese país, que nutre manifestaciones en Tokio en contra del tratado. Tsushima ha tenido, pues, repercusiones inmensas. Además de la exaltación de Japón ante el mundo entero, desbarata el equilibrio de poderes existentes en Europa y en el Pacífico. Rusia ve frustrados sus anhelos hegemónicos en Asia y dirige sus esfuerzos de expansión hacia Turquía y los Balcanes.

La guerra ruso-japonesa produce una gran conmoción en todo el mundo. Por vez primera en más de dos siglos, una potencia no europea vence a otra europea, y esta lección no pasa inadvertida para el mundo no europeo, el cual se muestra menos dispuesto que nunca a aceptar con resignación el concepto de “supremacía blanca”. También los propios europeos se muestran sensibles a eso. Rusia no goza precisamente de popularidad en la mayor parte de Europa, y se ha apreciado cierta tendencia en favor de los japoneses (como en su momento en favor de los boers) porque se les ha considerado la parte más débil. Sin embargo, una vez queda de manifiesto que nada tiene de débil el Japón pierde rápidamente el favor. Sus gentes dejan de ser consideradas unos encantadores orientales con sus sombrillas y sus abanicos, y empiezan a verse como siniestros guerreros pertrechados con cañones y barcos. En la década de 1890, en Alemania se había empezado a hablar del “peligro amarillo” (el peligro de las hordas alzadas en Asia oriental), y la idea parece ahora más apropiada que nunca.