HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA. Primeros cristianos hasta Constantino (6 aC - 313)

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Los habitantes del Imperio desean en gran número hacerse cristianos por oportunismo.


Hasta la paz de la Iglesia del 313, hacerse cristiano ha conllevado el riesgo del martirio. A partir de este momento todo cambia. Los habitantes del Imperio desean en gran número hacerse cristianos por oportunismo, a la vez que rechazan las exigencias morales del bautismo. Por otra parte, la catequesis previa al ingreso en la Iglesia, además de ser poco exigente, se eterniza, pues los catecúmenos, retrasan el bautismo hasta la vejez o la muerte. En efecto, como el bautismo perdona todos los pecados y la penitencia no se concede más que una sola vez en la vida, más vale esperar a que se extingan las pasiones para comprometerse definitivamente. También la Iglesia se desinteresa de esta comunidad catecumenal subdesarrollada para dedicar su atención a aquellos que efectivamente piden el bautismo para una fecha cercana. Éstos se inscriben al comienzo de la Cuaresma, que se convierte en el marco temporal de la preparación. La consecuencia de todo ello es que el nivel de formación baja sensiblemente y se extiende una profunda laxitud en todos los aspectos de la Iglesia que será contrarrestada a lo largo de los años con la aparición y arraigo del monacato.

El “donatismo” y los donatistas condenados por el Concilio de Letrán de 313.


Al fallecer en breve el obispo Mayorino de Cartago, la sucesión recae sobre DONATO que elabora el “donatismo”. Pero DONATO y los donatistas o seguidores de dicho cisma, son condenados por el Concilio celebrado, en la fecha, en el palacio de Letrán (Roma) y promovido por CONSTANTINO. Si esta doctrina -el donatismo- prosperara, el cristianismo quedaría reducido a una secta de unos cuantos “puros” y nadie podría estar seguro de poder asistir al santo Sacrificio de la Misa y de recibir la Sagrada Comunión.

La Iglesia establece sus demarcaciones territoriales, según la última división administrativa imperial.


La Iglesia establece sus demarcaciones territoriales, según la última división administrativa imperial. Las grandes sedes episcopales serán desde el principio Alejandría, Antioquía y Roma. (Luego se añadirá Constantinopla). Todas ellas salvo Constantinopla, exhiben su origen apostólico como raíz de la preeminencia que exigen. No cabe duda de que en alguna medida la rivalidad entre las grandes sedes se mezclará en estos siglos con las disputas teológicas, siendo a veces muy difícil distinguir cuáles son los profundos motivos de enfrentamiento que se vivirán en los sínodos regionales y en los concilios. Poco a poco se va fijando también la doctrina del lugar especial que ocupan en la Iglesia la diócesis de Roma y su obispo como cabeza visible del episcopado universal, es decir, se va definiendo la doctrina sobre el primado pontificio. El obispo de Roma no asiste personalmente a los primeros concilios, pero envía a su legados y exige que sean escuchados y tenidas en cuenta sus opiniones como opinión del obispo de Roma.