JUBILEOS DE LA IGLESIA CATÓLICA

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El Jubileo de 1650 se abre, a diferencia del precedente, en una época de paz relativa.


El Jubileo de 1650 se abre, a diferencia del precedente, en una época de paz relativa: había terminado la guerra de los Treinta Años que había devastado Europa. Inocente X inicia, en presencia de una gran muchedumbre de peregrinos, el Año Santo en la Basílica de San Pedro, que para la ocasión había sido renovada por dentro. Uno de los hechos más relevantes de la celebración jubilar fue la restauración, deseada por el Papa, de la entonces derruida Catedral de Roma, San Juan de Letrán que, según algunos estudiosos, fue “vestida” por Borromini como una blanca esposa. El Papa aprovechó la ocasión de la restauración de su sede episcopal para manifestar el propósito de pacificación universal de la Iglesia. Inocencio X había trabajado, en efecto, por la pacificación de Europa durante la larga guerra de los Treinta Años. Con la restauración de la Catedral, intentó consolidar el prestigio de la iglesia, y subrayar su posición neutral con respecto a las grandes potencias europeas.

El Jubileo acogió por primera vez a los peregrinos dentro de la columnata de la Plaza San Pedro, realizada por Bernini.


El Jubileo acogió por primera vez a los peregrinos dentro de la columnata de la Plaza San Pedro, realizada por Bernini. Los brazos extendidos la columnata son el símbolo más cabal de la nueva disposición de la ciudad hacia la muchedumbre de peregrinos que la visitan cada Año Santo. En la vigilia del Jubileo, Clemente X canoniza la primera santa de América del Sur, Rosa de Lima. Después erige la primera diócesis de América del Norte, la de Quebec. El Jueves Santo, el Papa se dirige a la sede de la Cofradía de los Peregrinos para lavar los pies a doce pobres y hace servir una cena para diez mil personas. La reina Cristina de Suecia participa, en el mismo lugar, del “lavatorio de los pies” de las peregrinas.

Inicia un nuevo jubileo y un nuevo siglo, denominado “de las luces”, fundamentado en la cultura de la “razón”.


Inicia un nuevo siglo, denominado “de las luces”, fundamentado en la cultura de la “razón”. El Jubileo fue abierto por Inocencio XII que muere antes de que termine el año. Por primera vez un Año Santo es alterado por la muerte del Papa. Le sucede Clemente XI. Muchos ilustres peregrinos llegan a Roma para el acontecimiento jubilar. Entre estos la reina polaca María Cristina, viuda de Juan III Sobieski, que entra descalza en San Pedro y vestida de penitente visita las iglesias romanas. Un viajero inglés, a propósito de la devoción de los peregrinos escribe: “La muchedumbre sigue pasando de rodillas la Puerta Santa de San Pedro con tal afluencia que no he podido todavía abrirme camino para entrar”.

El Jubileo de 1725 quedó fuertemente marcado por la personalidad de Benedicto XIII.


El Jubileo quedó fuertemente marcado por la personalidad de Benedicto XIII, que convocó un Sínodo en la provincia romana y estableció una serie de normas para la preparación espiritual del evento. Los romanos vieron al Papa recorrer las calles de la ciudad sobre humildes carrozas, salmodiar con devoción durante el trayecto y transcurrir jornadas enteras en oración en la Iglesia de Santa María sobre Minerva, a cargo de los Dominicos, orden a la que había pertenecido. El Papa quiso que se realizara una esmerada predicación en las diversas iglesias de Roma y, con este objetivo, hizo llamar los más famosos predicadores del tiempo. Un hecho significativo fue la acogida reservada por los Padres Mercedarios a 370 esclavos rescatados para el Año Santo. Para el Jubileo fue inaugurada la estupenda escalinata de la Trinidad de los Montes en la Plaza de España.

Jubileo de 1750. Benedicto XIV acaba con la facultad de los penitenzieri en cuanto al perdón de los pecados.


Jubileo de 1750. El papa BENEDICTO XIV acaba, a lo largo de este jubileo, con la costumbre muy cómoda, pero no muy ortodoxa de los penitenzieri. Estos eran jesuitas que tenían la facultad de perdonar los pecados veniales a los fieles sin necesidad del sacramento de la confesión. Bastaba que con unas varitas de junco, tocasen a los romeros que acudían a su confesionarios en las cuatro basílicas mayores, para que quedasen limpios de culpa. En la Bula de convocación del Jubileo, Peregrinantes a Domino, Benito XIV destacó la necesidad de hacer penitencia para que el Año sea verdaderamente “Santo”: Año de edificación y no de escándalo. El Papa recordó el valor de la peregrinación como superación de las dimensiones cotidianas de pecado. El Jubileo tuvo así, una fuerte característica espiritual. Uno de los predicadores más escuchados fue Leonardo de Puerto Mauricio, un franciscano reformado: a sus predicaciones en Plaza Navona, asistió también el Papa. El Padre Leonardo erigió en Roma durante el Año Santo, 572 cruces y la más célebre fue la que se levantó en el Coliseo, que se venera hasta nuestros días.

Año Santo. Proclamado por el Papa Clemente XIV y abierto por Pío VI.


Año Santo. Proclamado por el Papa Clemente XIV, el día de la Asunción -como es costumbre- del año anterior, 1774. Habiendo fallecido Clemente XIV en setiembre de 1774, sólo en Febrero del año siguiente 1775, ya con el nuevo Papa, Pío VI,  pudo declararse abierto el Jubileo. Por primera vez la Bula de convocación del Jubileo se hace en idioma italiano: “L’Autore della nostra vita”. Pío VI, en febrero apenas elegido, abrió la Puerta Santa en San Pedro para el Jubileo más breve de la historia. Fueron realizadas también algunas obras públicas, entre ellas la restauración de los hospitales Espíritu Santo y San Juan. El Jubileo del año 1775 es recordado también por la presencia de un numeroso grupo de Patriarcas y Obispos católicos de rito oriental.

El Jubileo correspondiente a 1800 no se celebra a causa de los profundos cambios que involucraron el continente europeo.


El Jubileo correspondiente a 1800 no se celebra a causa de los profundos cambios que involucraron el continente europeo después de la Revolución Francesa. En el año 1797 las tropas francesas ocuparon Roma y la ciudad se transformó en el centro de la República Romana. El Papa Pío VI que debería haberlo convocado, murió desterrado en el año 1799. El año que debía haber sido jubilar transcurrió entre la ausencia forzada del Papa de Roma, las difíciles condiciones políticas generales y la incertidumbre que caracteriza los tiempos de guerra. Todos estos factores impidieron a Pío VII celebrar el Año Santo, incluso con retraso.

Ni siquiera el muy planificado jubileo de 1825 consigue mejorar la economía pontificia.


Personalmente, LEÓN XII reduce los impuestos, hace que la justicia sea más barata, y logra encontrar financiación para ciertas mejoras públicas. Aún así dejará la tesorería más exhausta de lo que la ha encontrado, y ni siquiera el muy planificado jubileo de 1825 ( que convoca solemnemente con la bula Quod hoc ineunte y al que asisten mas de medio millón de peregrinos) consigue mejorar la economía pontificia. A la conclusión del jubileo, con la bula Charitate Christi extiende a todo el mundo sus beneficios espirituales, al tiempo que recuerda la prohibición de la usura y la obligación universal de contribuir al sostenimiento de la Santa Sede. Su política interior se dirige a defenderse de las organizaciones que quieren subvertir las enseñanzas de la Iglesia y destruir su potestad temporal: las sociedades bíblicas. Persigue a los carbonarios y los masones. Toma las medidas más fuertes en relación a agitaciones políticas que se suelen dar en las funciones de teatro. Las cancillerías europeas del período de la Restauración miran con mucha preocupación la convocación del Jubileo por el notable movimiento de personas que provoca. En un tiempo de revoluciones liberales y de conspiraciones, cada viajero era considerado sospechoso, las fronteras están cerradas, los caminos vigilados. En la Bula de convocación hace referencia a las dificultades, pero al mismo tiempo pone la celebración jubilar bajo el signo de la alegría.

El Jubileo correspondiente a esta fecha no fue convocado, ni celebrado.


El Jubileo correspondiente a esta fecha no fue convocado, ni celebrado. Pío IX estaba desterrado desde hacía un tiempo y regresó a Roma en abril del año 1850, demasiado tarde para convocar el Año Santo. El alejamiento del Papa de Roma era consecuencia del amplio fenómeno de agitación general que acosaba la ciudad y los Estados Pontificios a partir del año 1848. Eran los presagios de la llamada cuestión romana, en la que se ponía en discusión el poder temporal del Papa. Este Jubileo fallido planteaba una pregunta a Pío IX y a sus sucesores: ¿Sería posible en el futuro otra celebración jubilar si se ponía en discusión el poder temporal del Papa?