En 30 de marzo de 1853 nace Vincent VAN GOGH. Pintor holandés. Una de las grandes ?personalidades del arte mundial, cuya influencia sobre toda la ?pintura contemporánea ha sido decisiva. La obra considerable de ?Van Gogh será realizada en los últimos cinco años de su vida, en ?un intento de resolver el conflicto interior que lo desgarra como? consecuencia de la serie ininterrumpida de fracasos que han constituido su existencia.

VAN GOGH se retira al Borinage belga en 1878 para dedicarse a la ayuda personal y religiosa de los mineros de la región más pobre del país.

Rechazado VAN GOGH por los mineros belgas, a los que asusta la violencia de su fe, pasa una larga etapa de pobreza, angustia y desesperación moral, en la que se entrega a la realización de una serie de apuntes al carbón y de cuadros al óleo ejecutados en un estilo expresionista y rudo en el que predominan el negro y los colores oscuros, tomando la irrevocable decisión de convertirse en pintor. De hecho posee una vastísima erudición en arte, tanto de los clásicos como de pintores más contemporáneos, entre los que admira las estampas campesinas de Jean François Millet. Se deja influir por cuanto ha visto y convierte la experimentación en el leit motiv de toda su obra, pintando a la manera de otros artistas y cambiando una y otra vez de técnica hasta encontrar su propia voz -de toda esta mezcolanza se deriva la enorme dificultad para autentificar algunos de sus cuadros-. Su hermano Théo, se compromete a pasarle una pequeña asignación y, gracias a su empleo en una galería de París, es la persona idónea para buscar posibles clientes a las creaciones de Vincent.

VAN GOGH inicia su carrera pictórica instalado en diversas ciudades de Holanda. En 1884 pinta: Los tejedores.

VAN GOGH concibe “Los comedores de patatas” (1885), la que él siempre considerará su primera gran obra. Aún no ha encontrado la explosión del color por la que será universalmente conocido, pero esta pintura es representativa de la que siempre será la gran temática de VAN GOGH: la gente del pueblo y sus lugares. Esta pintura, es lo que él llama “una verdadera imagen campesina”: gentes que comen con las manos lo que han trabajado con las manos, y toda la escena plasmada únicamente con los colores de la tierra. Los veredictos que le llegan, sin embargo, son demoledores: brazos excesivamente cortos, rostros abultados, proporciones mal definidas… Pero VAN? GOGH se mantiene en sus trece: esa tozudería será su gran virtud -que le permitirá producir obras maestras- y su gran desgracia -que le llevará al aislamiento y la miseria y seguramente acelerará su locura-. En una carta a Théo escribe: “Me desesperaría si mis figuras fueran correctas. No quiero que sean académicamente correctas. Mi anhelo es aprender a hacer estas imperfecciones, desviaciones, remodelaciones, cambios en la realidad, de tal manera que, sí, sean mentiras, pero más ciertas que la pura verdad.

En 1886 VAN GOGH se dirige a París, en donde conoce los cuadros de los impresionistas y se relaciona con Toulouse-Lautrec, Gauguin, Signac, Émile Bernard, etc.; admira las estampas japonesas que se divulgan entonces por Europa y pinta una serie de paisajes de París, retratos y flores, en los que su paleta se aclara, adoptando los colores puros y la pincelada nerviosa del impresionismo (Habitación en la rue Lepic, Retrato del Pére Tanguy, Jardines en Montmartre, etc.).

Con más de 200 cuadros terminados -y sin vender- y una salud sumamente mermada por la mala vida, tras dos años en la capital francesa VAN GOGH parte hacia Arles, en la Provenza, donde, al contacto con la luz y el paisaje meridionales, logra su estilo definitivo: un impresionismo ardiente cáracterizado por la nitidez de los contornos, la luz cegadora sin sombras, los colores puros a los que VAN GOGH atribuye un significado psicológico (“He intentado expresar con el rojo y el verde las terribles pasiones humanas”). Los cuadros de este período (El puente, Los girasoles, El café de noche, La arlesiana, El cartero Roulin, etc., todos de 1887) representan el nacimiento del arte moderno.

Vincent VAN GOGH está alojado en Arlés en la que llama casa amarilla; en una habitación que inmortaliza en un cuadro con muebles amarillos; los trigales amarillos se convierten en uno de sus motivos favoritos; y se aplica con ahínco en una serie de cuadros de girasoles -amarillos- que decoran la habitación de su compañero de aventura en Arles: el también pintor Paul Gauguin. Van Gogh quiere fundar en la Provenza lo que él bautiza como el Estudio del Sur, especie de comuna donde los artistas puedan vivir juntos e intercambiar ideas. A esta llamada acude Gauguin, en noviembre de 1888, pero su temperamento y sus ideales artísticos pronto chocarán con los de Vincent.

El 23 de diciembre de 1888 la discusión llega a su punto álgido, y esa noche VAN GOGH se automutila una oreja que, envuelta, regala a una chica de un burdel. Este episodio, su primera gran crisis, marca un punto de inflexión en su vida. Deja de ser el personaje huraño y extravagante para convertirse en el loco del pelo rojo. Los lugareños le tienen miedo. VAN GOGH cae en la más profunda de las soledades y se interna voluntariamente en un sanatorio en Saint-Rémy, cerca de Arles. “Estoy preparado para representar el papel de loco, aunque no sé si seré lo suficienternente fuerte”, escribe. La pintura sustituye al Dios al que tan devoto ha sido. Pintar se convierte en su única razón de vivir. Siente por los ojos y se expresa con los trazos del pincel. Allí produce obras como Noche estrellada y lo ciprese entran en su particular imaginario. A partir de entonces, la estilización de las pinceladas se vuelve más acusada.

Agotado por el exceso de trabajo y la continua tensión psicológica, VAN GOGH sufre un ataque de locura la noche de Navidad de 1888. Recluido primero en el asilo de Saint-Rénny y acogido después en el domicilio del doctor Gachet en Auvers-sur-Cise, realiza la serie más impresionante de sus cuadros, en los que el ritmo exaltado revoluciona toda la naturaleza (arabescos en torbellino, formas dislocadas, perspectivas dinámicas), en unos colores llameantes que revelan el vértigo de la imaginación y un esfuerzo gigantesco por renovar la pintura (Campo de trigo, Iglesia de Auvers, Retrato del doctor Gachet; etc.).