En Rusia, otros eremitas fomentaron la fundación de nuevas comunidades monásticas que, a través de la traducción, copia y difusión de libros, desempeñaron un importante papel en la propagación de la fe cristiana. Si bien los conflictos entre los príncipes rusos facilitaron la victoria de los invasores en el siglo XIII, también la lucha por el poder entre los diferentes jefes tártaros hizo posible que Rusia recuperara poco a poco su soberanía. Gracias a la ayuda ofrecida por numerosos príncipes rusos, en 1380 el gran príncipe de Moscú Demetrio infligió a los tártaros una primera gran derrota en Kulikovo -en la llanura de las Becadas-, en el Don, lo que le valió el apodo de Donskói. Aunque dicha victoria resultó muy costosa y fue de corto alcance, lo cierto es que de ella surgió el sentimiento nacional, porque los rusos se habían unido para alcanzarla. Kulikovo deshizo también la imagen de un enemigo hasta entonces invencible; fue considerada asimismo como una victoria de la ortodoxia cristiana sobre el islam y reforzó el prestigio de Moscú como capital de Rusia.