En los siglos X y XI, los dirigentes seculares de Europa no sentían la menor inclinación a renunciar a su derecho a nombrar a los más altos cargos eclesiásticos. Obispos y abades eran grandes terratenientes y podían reclutar en muy poco tiempo las tropas que necesitaran. Su cooperación era esencial para la defensa contra los enemigos exteriores y para mantener la paz dentro de sus dominios. Pero ahora imperaba entre duques, condes y reyes un agudo sentido de la responsabilidad que les competía en conseguir que los obispos y los abades fueran realmente dignos. Y en ninguna parte era esto más cierto que entre los germanos, es decir, en la corte imperial. A principios del siglo XI, el emperador ENRIQUE II nombró obispos y abades de manera autocrática, como cualquier gobernante medieval anterior a él, pero se aseguró lo mejor que pudo de que desempeñaran fielmente sus deberes religiosos y fueran un orgullo para él y para la Iglesia. No es posible, por tanto, un testimonio más elocuente de su servicio a la Iglesia que su canonización en 1146 por el papa EUGENIO III, y la de su esposa Cunegunda en 1200.
ENRIQUE II el Santo (Rey de Alemania y Emperador del SIRG)(1002-1024)
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