SANTA CATALINA DE SIENA

Total de piezas: 8

Los florentinos piden la ayuda de CATALINA de Siena y después, pasando del miedo a la insolencia, la desautorizan.


Los florentinos, temerosos de las consecuencias de la medida adoptada contra ellos por GREGORIO XI, deciden pedir a CATALINA de Siena (1347-1380) que se desplace a Aviñón e interceda a su favor ante el Papa. Así lo hace, logrando calmarle; pero luego, pasando del miedo a la insolencia, envían otra embajada que la desautoriza y destruye toda su labor en favor de la conciliación.

El Inquisidor EYMERIC se encuentra en Aviñón redactando su Directorium Inquisitorium cuando llega a la ciudad CATALINA de Siena.


El Inquisidor EYMERIC se encuentra en Aviñón redactando su Directorium Inquisitorium cuando llega a la ciudad CATALINA de Siena acompañada de sus amigos, envuelta en el hábito de su Orden, luego de atravesar los Alpes. Lleva el estigma de las llagas de Cristo y vive solamente del Santo Sacramento. Anima al papa GREGORIO XI a que vuelva a Roma, recordándole la promesa que le ha hecho en cierta ocasión, cuando era aun cardenal, de restaurar la cátedra de S. Pedro si llegaba a ser Papa. La Inquisicón comienza a realizar sus investigaciones sobre CATALINA mientras está en Aviñón. El pueblo ha empezado a murmurar que ella puede ser, despues de todo, una de aquellas falsas místicas que parecen ser santas sin serlo y están llenas de herejía y de todas las locuras.

CATALINA de Siena es interrogada por tres inquisidores. Indudablemente no hallan herejía en ella.


Un día llaman a CATALINA de Siena tres inquisidores; uno de ellos es un arzobispo franciscano. No está claro si el propio EYMERIC es uno de ellos precisamente. La hacen toda clase de preguntas acerca de sus éxtasis, sus ayunos, sus creencias… Indudablemente no hallan herejía en ella. Una cosa es criticar la vida de los Prelados, e incluso hacer advertencias al Papa en su propia cara, y otra, del todo distinta, negar la autoridad de la Iglesia y del Vicario de Cristo.

Se forma un movimiento de opinión que quiere el retorno del papa a su residencia natural, o sea, Roma.


Sin embargo, se forma un movimiento de opinión que quiere el retorno del papa a su residencia natural, o sea, Roma. CATALINA de Siena (1347-1380), a partir de entonces, se dedica con renovados bríos a la tarea fundamental que la ha llevado a Francia: convencer al Papa para que regrese a Roma. Su principal argumento es que el sucesor de San Pedro es obispo de Roma y debe regresar a su diócesis… Incansable, suplica, amonesta, anima e incluso amenaza a GREGORIO XI -que es un hombre bueno, pero dubitativo y débil- y, a la postre, logra su propósito.

Por fin proveniente de Aviñón, entra el Papa en la Ciudad Santa, montado en una mula blanca.


Por fin llega el día de la gran victoria de CATALINA de Siena, cuando el Papa GREGORIO XI -a pesar de las protestas y la resistencia de los cardenales franceses- abandona Aviñón. Por fin, en la fecha, entra el Papa en la Ciudad Santa, humilde, desarmado, montado en una mula blanca. El pueblo baila de alegría y las flores llueven sobre el que vuelve del destierro. Aviñón hasta la Revolución Francesa, permanecerá administrada por un nuncio pontificio: durante este periodo, verdaderamente feliz, la ciudad se embellecerá con iglesias, monumentos y hoteles. Sólo dos acontecimientos turbarán su vida: uno terrible, la peste del 1721 que dejará con vida solamente un cuarto de los habitantes (que eran 80.000); el otro, en el 1791, es la reunión de la ciudad y del campo aledano Venassino a Francia.

Pero en Roma el entusiasmo no dura mucho.


Pero en Roma el entusiasmo no dura mucho. Las rencillas, las facciones y la indisciplina del populacho amenazan con hacer fracasar los intentos de restablecer el orden. GREGORIO XI, amargado, empieza a vacilar de nuevo y CATALINA de Siena corre en su apoyo, logrando restablecer la paz con Florencia y acabar con la Liga.

CATALINA de Siena fallece sintiendo todo el peso de la nave de la Iglesia, que zozobra, sobre sus frágiles hombros.


CATALINA de Siena fallece en la fecha sintiendo todo el peso de la nave de la Iglesia, que zozobra, sobre sus frágiles hombros. No verá el fin del lamentable cisma, que durará todavía treinta y siete años, pero su sacrificio dará su fruto: Roma ya no será abandonada voluntariamente jamás por sus obispos, los Papas.