El IV Concilio de Toledo, presidido por ISIDORO arzobispo de Sevilla, abre sus sesiones. Es un sínodo excepcional.


El IV Concilio de Toledo, presidido por ISIDORO arzobispo de Sevilla, abre sus sesiones. Es un sínodo excepcional tanto por el número de asistentes como por la extensión de sus actas. En ellas se recogen una extraordinaria cantidad de disposiciones concretas destinadas a regular la vida del Reino, tanto en el orden eclesiástico como en el civil. La realeza, la aristocracia y la propia Iglesia, salvaguarda de la autoridad moral e intelectual, tienen interés en alentar la realización de un común designio constituyente para el Reino a través de este concilio. Así, por ejemplo, se establece que a nadie se haga creer por la fuerza, pues esto, lejos de quitar el mal, lo arraiga más y más profundamente. Pero a los ya bautizados se les exige que sean fieles. Por otra parte, si el rey SISENANDO necesita una convalidación eclesiástica de su revolucionario acceso al poder, el concilio, a pesar de estar presidido por ISIDORO que tanto ha elogiado al depuesto SUINTILA, consagra la monarquía electiva frente a la hereditaria por derechos de sangre como fórmula del Estado, satisfaciendo así los deseos del rey y de la oligarquía goda. De otra parte la iglesia se asegura la supervisión moral sobre la elección regia, añadiendo a la ceremonia de coronación la de la unción regia.