El Concilio IV de Toledo (633) proclama la unificación nacional de la liturgia.


El Concilio IV de Toledo (633) proclama la unificación nacional de la liturgia, aunque de hecho seguirá habiendo variantes entre unas y otras iglesias. Se puede hablar de tres centros principales de elaboración: Tarragona, Sevilla y Toledo. El núcleo del año litúrgico es la fiesta de Pascua con su Cuaresma y su prolongación hasta Pentecostés. A partir de este concilio, se introduce en la Vigilia Pascual la bendición del cirio, costumbre recibida de Roma. Así, pues, la Iglesia española de los siglos VI y VII tiene su propia liturgia, su propio rito, que durante esta época alcanza su plena estructuración. Es el llamado rito mozárabe, y más propiamente rito hispánico o visigodo, sin dar a ese término un sentido étnico, sino tan solo histórico y cultural. Los orígenes de la liturgia visigoda o hispana se pierden en los primeros siglos cristianos.