Los restos de ISABEL de Portugal, sobremanera hermosa, se trasladan de Toledo a Granada. Dirige la comitiva Francisco de Borja, duque de gandía, como caballerizo de la emperatriz. A la llegada a Granada donde se debe depositar el cadáver, Francisco de Borja abre el féretro para dar fe del hecho al entregarlo a los monjes que deben enterrarlo. Sus restos se han descompuesto de tal manera que a su vista FRANCISCO de Borja pronuncia la frase: “No puedo jurar que ésta sea la emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso”. Francisco de Borja que estaba enamorado platónicamente de la emperatriz, decidirá más adelante renunciar al mundo para ingresar posteriormente en la Compañía de Jesús.