El emperador del Imperio romano de Oriente, HERACLIO, es denominado «todopoderoso».


El emperador del Imperio romano de Oriente, denominado desde HERACLIO «basileus autokrator» («todopoderoso») -debido a la creciente helenización del imperio bizantino-, es aclamado por el senado, por el ejército y por el pueblo, de acuerdo con la tradición romana. Su legitimidad queda confirmada por su posición de «lugarteniente de Dios», quien le ha escogido para gobernar. Por consiguiente, debe mostrarse «fiel en Cristo-Dios». Es también el «bien común de todos sus súbditos, a ninguno de los cuales castiga o recompensa con parcialidad». Si por desgracia no actua de manera justa, pierde el apoyo de Dios. Siendo estas las características del príncipe, se comprenden las intentonas de los usurpadores. Si triunfan, ello es un signo de la Providencia. Pero el fracaso se castiga con la ceguera, que es la pena del crimen de lesa majestad. La creencia de que el Imperio romano agrupa al conjunto de los pueblos cristianos coloca a su jefe a la cabeza de los soberanos cristianos, ninguno de los cuales puede optar al título de basileus.