GERÓNIMO opta por convertirse en una atracción ambulante para obtener beneficios económicos. Se exhibe en exposiciones, vende autógrafos y souvenirs e incluso, en la fecha, participa en el desfile organizado para celebrar la toma de posesión del presidente Theodore Roosevelt. Sin embargo, siempre anhelará la libertad y reclamará el regreso de su pueblo a su tierra.

La percepción sobre GERÓNIMO cambia cuando este ya es anciano. Por una parte, su actitud dócil y el interés por contar su vida a S.M. Barrett difunden una imagen suya más humana. Por otra, al divulgarse las duras condiciones de cautiverio de los indios, numerosos filántropos se alzan en su defensa y GERÓNIMO es idealizado como símbolo de la resistencia heroica de su pueblo. Se transforma así en el prototipo del indio bueno y hasta en un mesías (como en Watch for Me on the Mountain de Forrest Carter, 1979). Incluso se escucha a GERÓNIMO cuando afirma haber recibido un poder sobrenatural que lo ha protegido de sus enemigos. Su figura eclipsa a la de otros jefes apaches y mitiga las críticas que algunos sectores indios hacen a su actitud belicosa y rebelde. Se ha forjado un mito.

Fallece en Fort Still (Oklahoma) el 17 de febrero de 1909, GERÓNIMO -gran jefe apache- a causa de una neumonía contraída durante una borrachera. Su cuerpo es enterrado a más de 1.000 km de su tierra de nacimiento. Si bien los soldados mexicanos fueron los primeros en asociar a Gerónimo con la personificación del mal, los generales norteamericanos también propiciaron tal imagen: Nelson A. Miles lo calificó como el peor y el más terrible de los indios y John P. Clum, el único que lo capturó, lo llamó «el tigre humano». Posteriormente, la prensa, los historiadores y algunos novelistas lo presentaron como estereotipo sanguinario del indio salvaje, o, por otra parte, la encarnación de todas las virtudes de un caudillo indio: agresividad y valentía.

Eñ Gobierno de EEUU. tiene grandes dificultades para instalar a los apaches en un emplazamiento definitivo, pues sus antiguas reservas se han vendido ya a los colonos. Por ello se intenta, sin éxito, dispersar los prisioneros mediante la escolarización, el empleo y la prestación de servicios en el Ejército. No es hasta el 24 de agosto de 1912 que el Congreso aprueba una ley que los deja en libertad.