El gobierno británico, mientras tanto, cree tenerlo todo bajo control. Su ejército profesional, numeroso y bien preparado, acabará pronto con aquella chusma rebelde y todo volverá a la normalidad. No imagina que las dificultades, pese a las apariencias, resultarán mucho mayores de lo esperado. Dirigir una guerra a 5.000 kilómetros del escenario de las operaciones origina problemas en las comunicaciones y los aprovisionamientos. Ante la rapidez de las fuerzas enemigas no pueden hacer aquella guerra al estilo europeo a la que están acostumbrados. En lugar de librar la batalla definitiva que tanto ansían, sus tropas se consumen en pequeñas escaramuzas que no resultan decisivas. Las cosas empiezan a cambiar en octubre de 1777 cuando un ejército británico bajo el mando del General John Burgoyne se rinde, en la fecha, en Saratoga, en el norte del estado de Nueva York. Este es el golpe de gracia y propagandístico que necesitan los colonos para su independencia. Los británicos se dan cuenta entonces de que deben negociar y ofrecen a los norteamericanos más autonomía. A cambio regresarán al redil de la madre patria. Como es de esperar, la respuesta es negativa y la lucha continúa.
