Al estallar la guerra, en Toledo la guarnición no es numéricamente importante. Está compuesta por unos 150 soldados más la Guardia Civil de la provincia, concentrada en la ciudad. La máxima autoridad militar es el coronel José MOSCARDÓ, que aunque en un primer momento no se compromete formalmente con el alzamiento, hace caso omiso a las órdenes de envío de las reservas de municiones solicitadas desde Madrid y almacenadas en la fábrica de armas de la ciudad. Ante la desobediencia de MOSCARDÓ, una columna de tropas formada por unos 1.500 hombres sale desde Madrid en dirección a Toledo, con la intención de recorrer rápidamente los 70 kilómetros que separan ambas ciudades y sofocar la rebelión.

El día 21 de julio, MOSCARDÓ declara el estado de guerra y se producen los primeros enfrentamientos. Aviones gubernamentales bombardean la ciudad -primer bombardeo de la guerra sobre una ciudad- y los sediciosos se repliegan hacia el Alcázar, una vetusta y sólida fortaleza, haciendo acopio de víveres, municiones y un elevado número de armas. MOSCARDÓ reúne en el Alcázar a algo más de mil hombres, entre militares, guardias civiles, cadetes y paisanos voluntarios. Los acompañan familiares de los sublevados y algunos rehenes. Se racionan viveres y provisiones en previsión de un largo asedio. Desde los primeros momentos, la defensa del Alcázar frente a los ataques gubernamentales adquiere un gran valor simbólico.

El Gobierno de la República se impone como objetivo reducir a los sublevados atrincherados en el Alcázar. El 23 de julio se conmina a MOSCARDÓ a la rendición bajo la amenaza de fusilar a su hijo Luis, que se encuentra prisionero de las fuerzas republicanas. MOSCARDÓ rechaza la amenaza y no acepta rendir la fortaleza. Finalmente su hijo no es fusilado en ese momento, aunque lo será un mes más tarde, el 23 de agosto, junto con otros prisioneros, en represalia por un bombardeo de la aviación rebelde que ha producido muertos entre la población civil, entre los que se encuentran mujeres y niños.

A mediados del mes de agosto el Alcázar de Toledo está cercado por las fuerzas republicanas y sufre bombardeos e intentos de asalto. Pero la fortaleza resiste. A finales del mismo mes un avión nacional deja caer víveres sobre la fortaleza junto con un mensaje de aliento de Franco.

A primeros de septiembre se produce en el Alcázar de Toledo una nueva descarga de víveres y un nuevo mensaje de aliento, esta vez del general MOLA. Se llega incluso a crear un periódico durante el asedio para tratar de elevar la moral de los sitiados, lo que no evita que se produzcan algunas deserciones.

El 8 de septiembre, buscando negociar la rendición de los sitiados en el Alcazar de Toledo, se organiza una entrevista entre el comandante republicano Vicente Rojo y el coronel MOSCARDÓ, ofreciéndose a este último, a cambio de la rendición, la puesta en libertad para las mujeres y los menores de 16 años y la puesta a disposición judicial del resto de los sitiados. MOSCARDÓ rechaza la oferta.

El 18 de septiembre, el Gobierno de la República a través de la Cruz Roja Internacional ofrece la evacuación sin condiciones de las mujeres y los niños, bajo control diplomático y de la Cruz Roja Internacional, lo que de nuevo rechazan los sitiados. Los bombardeos continuan y se minan las fachadas. También se asalta la fortaleza, pero los defensores repelen todos los ataques y el Alcázar no cae. Mientras tanto, las tropas franquistas continuaban su avance hacia Madrid.

El 20 de septiembre de 1936, las columnas del ejército de FRANCO llegan a Santa Olalla, alcanzando Maqueda el 21 y Torrijos el 22. De hecho, la extrema dureza de los combates desmoraliza una vez más a los recién militarizados milicianos y, más temerosos de caer en manos de los moros que de las severas penas del Código de Justicia Militar, abandonan las posiciones, lo que le permite a Yagüe alcanzar las poblaciones indicadas. FRANCO ordena detener el avance hacia Madrid y desviar un importante número de fuerzas hacia Toledo, con el fin de tomar la ciudad y liberar el Alcázar. Esta decisión de FRANCO da a Madrid un respiro, facilitándole un tiempo precioso que le permitirá una mejor preparación de la defensa de la ciudad, de cara a su próximo asedio.

Al amanecer del día 27, tras hacer explosión una potente mina situada bajo uno de los torreones del Alcázar de Toledo, tres tabores (batallones) de regulares y tres banderas de legionarios se lanzan al asalto de la ciudad, defendida por unos 5.000 hombres, quienes no logran detener el empuje de los asaltantes. Dos horas después de anochecer, una sección de regulares entra en contacto con los sitiados.

El día 28 entra en el Alcázar el general Varela -que ha relevado a Yagüe-, ante quien el coronel Moscardó pronuncia su famosa frase: “Sin novedad en el Alcázar, mi general.”