La Primera Guerra Carlista favorece un impulso económico que, estimulado luego por las condiciones impuestas por el moderantismo y por la penetración de capitales europeos, hará de Bilbao, y de las otras ciudades vascas, un elemento de cabeza para el incipiente desarrollo industrial. Pero este desarrollo crea implicaciones que rompen los esquemas limitados de una sola región para extenderse a todo el territorio de la Monarquía. De todas formas la cuestión de los Fueros conserva su carga sentimental. Muchos vascos no saben muy exactamente en que consisten las diferencias jurídicas y administrativas pero les basta con que existan para adherirse a ellas y defenderlas.

La guerra carlista no ha sido una guerra foral. Ni los carlistas o tradicionalistas han luchado por los Fueros ni los liberales lo han hecho en contra. No ha sido un problema de patrias, sino el conflicto entre dos modelos de una única patria española. Si mediada la guerra han aparecido alusiones a los Fueros en el bando carlista ha obedecido a la intención de atraerse a los notables locales, que sí estan muy interesados en conservar unos Fueros que institucionalmente les permiten el control de la provincia y son los que más se benefician de una fiscalidad privilegiada.

Las sacudidas revolucionarias de 1848 por un lado y la beligerancia antiliberal del Vaticano por otro, explican la renuncia de un sector del moderantismo político al liberalismo. DONOSO CORTÉS, que modernizará el tradicionalismo, será el referente intelectual de estos neocatólicos procedentes del liberalismo moderado, entre los que se encontrarán buena parte de los fueristas vascongados. Sólo cuando fracasarán en su intento de «gobernar en católico» con la reina ISABEL II pondrán sus esperanzas en CARLOS LUIS de Borbón y de Braganza, hijo de CARLOS MARÍA ISIDRO. Con ellos entrarán en el carlismo, además de dinero, prensa y personalidades, las ideas fueristas.

Este fuerismo neocatólico e integrista levanta la bandera «Dios y Fueros». La religión es ahora la esencia de una foralidad destinada a combatir las «libertades de perdición». Los neocatólicos navarros, ausentes del fuerismo anterior por haber realizado su particular arreglo, se incorporan ahora a este fuerismo contrarrevolucionario. El Irurak Bat (las Tres en Una) se convierte en Laurak Bat (las Cuatro en Una) y las Provincias Vascas aparecen ante propios y extraños como la reserva espiritual de España, un «oasis moral en medio de los aires revolucionarios que sacuden Europa»; la «Covadonga de las libertades españolas».

Y es que como piensa el vizcaíno Artiñano, «Dios quiso a los vascongados para que la lumbre de la Cristiandad no se apagase del todo en España», porque como explica el alavés Ortiz de Zárate, «el pueblo vascongado que lleva en sus venas la primitiva sangre de los fundadores de España sin mezcla de razas extranjeras… ha sobresalido permanentemente por la defensa de la Religión y de la Patria Española contra el ocupante extranjero».

Se comienza a implantar en Vizcaya una industria siderúrgica moderna, que posteriormente hará de ésta, una tierra de inmigración y no de emigración. En efecto, comenzarán a llegar miles de personas provenientes de diferentes partes de España. De la situación precaria y de explotación que los trabajadores tienen que sufrir en la mina y siderurgia vizcaínas de la margen izquierda del río Nervión, surgirá uno de los primeros lugares en los que se afianzará con más fuerza una nueva ideología, el socialismo que defenderá el derecho de los trabajadores a una vida digna.

El capital vasco, resultado de la acumulación de beneficios procedentes de las exportaciones de mineral y de la venta de los productos en el interior de la Península, constituye un instrumento indirecto de dominio que permite suprimir competencias y asegura la prosperidad. En la red ferroviaria y en las empresas de transporte marítimo se descubre fácilmente ese predominio. De la distribución y manejo del dinero así como de su implantación en otros lugares se ocupan los bancos. El más antiguo es el banco de Bilbao, creado en noviembre de 1855.

El actual (2000) Árbol de Gernika, un roble, es plantado, en 1860, frente a la tribuna. Bajo su sombra se celebraban originariamente las asambleas de las Juntas Generales a las que venían los representantes de todos los municipios vizcaínos. (En el jardín y rodeado de columnas, se encuentra el anterior a éste, el Árbol Viejo, que cuenta con unos 300 años aproximadamente. En la parte posterior de la tribuna, se puede ver el retoño, que fue trasladado a dicho lugar en 1979 cuando contaba con 17 años de edad)

Sabino ARANA Goiri, fundador del nacionalismo vasco, nace el 26 de enero de 1865. Octavo hijo de una familia acomodada, católica y carlista residente en Abando (luego Bilbao), realiza una lectura muy específica de la antes citada idea central de su ideario: si los vascos constituyen una patria, una nación, esta nación es incompatible con otros proyectos nacionales y otras identidades. La nación vasca y España se autoexcluyen mutuamente y si Euskadi -uno de sus neologismos que inicialmente se escribía con z- forma parte del Estado español, lo hace no por voluntad propia, sino tras haber sido conquistada por la fuerza de las armas.

La reflexión en torno a la excelencia e integridad católica vasca frente a la progresiva corrupción española admite otra alternativa distinta a la misión redentora… Así lo ven los que cayeron en «la tentación aislacionista». La Diputación navarra, controlada por los neocatólicos, la sugiere ya en 1866: «Cuando las instituciones se conmueven, la sociedad se agita, el sagrado de la familia se profana y el principio de autoridad se menosprecia es cuando los pueblos que tienen conciencia de su dignidad y fe en sus destinos providenciales deben asociarse y unirse… El idioma vascongado servirá de glorioso escudo al pueblo euskaro para preservarse de las venenosas doctrinas que esparce por todos los ámbitos del mundo el espíritu revolucionario…». Desde entonces la idea de que no se trata tanto de salvar a España como de salvarse de ella, ira germinando.