Iniciada en 1607 (con el que fuera su primer establecimiento en Virginia), la colonización británica nace a la vez de razones materiales (crecimiento demográfico, trastornos rurales debidos al movimiento de los «cercados», cambios en la industria textil) y motivos religiosos (huida de grupos minoritarios o perseguidos, como los puritanos del Mayflower). De este modo, por fundaciones sucesivas o por anexión de los territorios holandeses, se crean, de 1624 a 1732, trece colonias a las que afluyen numerosos inmigrantes (50.000 blancos en 1640, 450.000 en 1715, tres millones en 1775); forman pequeños Estados separados, muy celosos de su autonomía y que refuerzan el particularismo de cada una de estas colonias; entre el sur, «caballero» (monárquico), dominado por una sociedad de plantadores, propietarios de grandes extensiones cultivadas por esclavos negros, y el norte, puritano o cuáquero, de sociedad más igualitaria, donde dominan artesanos y comerciantes, la unidad sólo puede ser negativa: contra los indios, contra los españoles y los franceses y, después de 1763, contra la tutela económica inglesa.

Procedente de una familia acomodada, George WASHINGTON, nacido en la fecha, en Westmoreland (Virginia), se educa en colegios rurales. La temprana muerte de su padre cuando todavía es un niño le hace depender directamente de su hermano mayor. Es en este momento cuando percibe su vocación por el ejército. Existe un famoso mito sobre su juventud: Una vez, taló un cerezo de su padre. Cuando este le preguntó quién lo había hecho, Washington le dio su famosa respuesta: «No puedo decir una mentira; fui yo, papá». Según algunas versiones, su padre no le castigó a causa de su honradez; según otras, su padre admiraba su honradez, pero le castigó de todas formas. En cualquier caso es probable que sea un mito, pero aún es importante dentro de la cultura estadounidense, y la frase «I cannot tell a lie» («No puedo mentir») es ya un cliché, un símbolo de Washington y la honradez con la que actuaron los que fundaron Estados Unidos de América.

El primero obispo de Norteamérica fue John Carroll (1735-1815), obispo y luego arzobispo de Baltimore. Y el primer obispo norteamericano nombrado Cardenal (por Pío IX) fue John McCloskey, nacido en el Estado de Nueva York.

Andreas Marggraf obtiene, por primera vez, azúcar de remolacha. Posteriormente, Franz Karl Achard, en 1796, difunde el método industrial de la extracción del azucar de remolacha.

En 1750, las colonias británicas de Norteamérica tienen una población cercana a 1.500.000 habitantes, de los cuales 250.000 son esclavos negros. Boston es la mayor de las ciudades, con 15.000 habitantes.

Los franceses desde 1713 están estableciendose en Norteamérica en el territorio de Ohio, la región comprendida entre el río de ese nombre y los Grandes Lagos. Esto, alrededor de la fecha, desagrada a los colonos británicos, que se dan cuenta que pueden verse arrinconados en el litoral. Las zona controlada por los franceses sigue escasamente pobladas: sólo viven ochenta mil franceses en toda aquella vasta área, pero se hallan bajo un único gobierno, mientras que una población de un millón y medio de habitantes, más o menos, sujetos al poder colonial británico, se dividen entre trece colonias (quince, contando Nueva Escocia y Terranova).

Con veinte años, George Washington hereda todas las propiedades de su familia. Se convierte en una de las personas más ricas. Convencido de sus inclinaciones militares se une al ejército británico en las luchas contra los indios y los franceses, adquiriendo gran experiencia militar (1752-58) y alcanzando el grado de coronel. Durante su trayectoria militar dará muestras de valentía en varias ocasiones, además de mostrar su habilidad como estratega.

Benjamín Franklin, en 1752, hace volar una cometa hasta las nubes de una tormenta en formación, y demuestra que el rayo contiene electricidad de idéntica naturaleza a la que se genera en el laboratorio. A partir de esta demostración queda abierto el invento del pararrayos con toma de tierra para colocar en lo alto de los edificios. Éstos desviaban la descarga eléctrica y evitaban que su acumulación se tradujera en una acción devastadora del rayo. Por vez primera en la historia, una catástrofe natural, la caída del rayo (siempre particularmente asociada, en la imaginación popular, con la artillería divina) es domeñada mediante la aplicación de principios científicos. Hasta este momento, la oración ha sido el único remedio, y cuando finalmente los pararrayos empiecen a rematar las iglesias, será una clara indicación de que la actitud secular empieza a prevalecer sobre la religiosa, al menos en cuestiones materiales.

Los franceses han avanzado en Norteamérica hasta lo que hoy es Pensylvania occidental, y allí fundan Fort Duquesne (así llamado en honor del gobernador general de Nueva Francia), en la confluencia de los ríos Allegheny y Monongahela. Virginia plantea reivindicaciones sobre el territorio, y su gobernador, Robert Dinwiddie, envía una pequeña fuerza al mando de un joven supervisor, George Washington, a fin de expulsar a los franceses. El 28 de mayo sale al frente de un fuerte contingente y se encuentra con un grupo de treinta franceses. Los franceses desconocen la presencia de Washington y, puesto que Gran Bretaña y Francia no están en guerra, nadie tiene derecho a disparar (o, por lo menos, no por sorpresa). Sin embargo, Washington —que tiene tan sólo veintidós años— se convence a sí mismo de que los franceses son espías y de que, si no son detenidos, informarán a Fort Duquesne de la debilidad de Fort Necessity y frustrarán el ataque por sorpresa que estaba planeando. Así pues, ordena un ataque por sorpresa contra los franceses, que están totalmente desprevenidos. Diez de ellos mueren y los demás son hechos prisioneros sin oponer resistencia.

Cuando la colonia de Nueva York envía una invitación a delegados de otras colonias para reunirse en Albany y discutir una acción concertada contra los franceses, Benjamín Franklin acude. El «Congreso de Albany» se constituye el 19 de junio de 1754, y Franklin presenta una propuesta. Las colonias, consideradas como un todo, deben ser regidas por un gobernador general nombrado y pagado por el rey, y debe ejercer su función con el auxilio de un «gran consejo», integrado por delegados de cada colonia.