Kirguistán, tras una revuelta popular acaecida entre 2009 y 2013, vuelve a la esfera de influencia rusa, con la ayuda de la fuerza militar y la inteligencia de la potencia regional; con lo que pudo retornar a las anteriores condiciones, y retomar sus relaciones bilaterales en forma ordenada.

En Kirguistán, es reelegido Bakiyev en unas elecciones presidenciales condenadas por los observadores internacionales.

En Kirguistán, el líder opositor Ismail Isakov es condenado a ocho años de cárcel por corrupción.

En Talas y en Bishkek (Kirguistán) se han producido 83 muertos y 1.600 heridos, después de que las fuerzas de seguridad han recibido la orden de disparar contra los miles de manifestantes que han tomado las calles.

En Kirguistán, la jefa del gobierno provisional, Roza Otunbayeva, se ha apresurado a asegurar en sus primeras conversaciones con la prensa que la base de Manas no se cerrará. El propio Bakiyev niega que Rusia le haya empujado de su pedestal y desde la Administración norteamericana, Michael McFaul (interlocutor de Moscú en asuntos de derechos humanos) también desmiente que Rusia esté tras las revueltas. Bakiyev, que se encuentra refugiado en su pueblo natal, Teyit, a las afueras de Yalal Abad, dice que renunciará si lo dejan salir del país a él y a su familia. El primer ministro ruso, Vladimir Putin, llama astutamente a los nuevos líderes para tomar posiciones en una región importante para Moscú. Y en Washington se guarda silencio. La pelota de ese peligroso juego es la base aérea de Manas, que desde hace años utiliza EE.UU. Para dar apoyo logístico y humano a sus tropas en Afganistán. Kirguistán es la ruta más sencilla para que 35.000 soldados estadounidenses vayan a guerrear con el talibán. Su pérdida podría suponer un verdadero quebradero de cabeza para Washington.

La violencia en Kirguistán comienza, en esta ocasión, en la noche del 10 de junio de 2010, en Osh. Individuos no identificados organizan varios ataques coordinados que pronto se convierten en feroces enfrentamientos entre kirguises autóctonos y kirguises de origen uzbeko. Las matanzas se extienden luego a varios pueblos de la provincia de Osh y a la provincia vecina de Jalal Abad. En total, podrían haber muerto dos mil personas. Se cree que el conflicto ha provocado 400.000 refugiados y desplazados. La mayoría de las casas, comercios y negocios incendiados eran de los uzbekos, normalmente más ricos que los kirguises. El conflicto étnico no es nuevo en la región. Hace veinte años, poco antes de la disolución de la URSS y con una situación económica catastrófica, kirguises y uzbekos se enfrentaron por el control de la tierra. Cientos de personas murieron. Los actuales son los disturbios más graves desde entonces. Pero no está claro si el componente étnico ha sido el único motivo que ha hecho brotar esta vez la violencia en Osh. La región del sur era el feudo del ex presidente del país Kurmanbek Bakiyev, expulsado del poder el pasado abril tras violentas revueltas en Bishkek.