Desde la Guerra de Independencia norteamericana, los españoles habían apoyado a Washington de un modo sino directo y claro, sí efectivo. Y es que en el siglo XVIII nuestra política exterior iba, fundamentalmente, a remolque de la política francesa. Cuando España entra en la Guerra de la Independencia norteamericana, lo hace no como aliada de las colonias rebeldes, sino como aliada de Francia. Es decir, luchamos contra Inglaterra, no a favor de los norteamericanos, pero para los americanos el resultado fue el mismo. Así, pues, durante el reinado de los Borbones las relaciones entre los EEUU. y España fueron si no cordiales por lo menos corrrectas.

La conflictividad agraria latente y el contencioso que hasta 1868 sostiene el Real Patrimonio con unos campesinos a los que sigue considerando vasallos, favorece la politización de las diferencias sociales y la extensión de un republicanismo rural, base de las partidas que en 1868 contribuyen a derribar a Isabel II.

Se constituye la Federación Regional Española (FRE) de la Primera Internacional. Se disolverá en 1881. En ese mismo año, se constituye la Unión de Trabajadores del Campo (UTC), sección profesional de la FRE para trabajadores campesinos, toneleros, panaderos y carreteros; persiste en Andalucía y es precedente de los sindicatos agrícolas de la región.

La revolución de 1868, que unió a demócratas y progresistas contra los moderados en el poder, acabó con el régimen de Isabel II. El pueblo de Madrid vivió una vez más en el siglo jornadas sangrientas, producto de una crisis agraria y un paro creciente que precipitaron la radicalización política. Se inauguraba el “sexenio revolucionario”, donde amén de las ideas demócratas empezaron a despuntar las primeras reivindicaciones republicanas y federalistas, frente a las corrientes más conservadoras, encarnadas por los carlistas. Los años de sexenio (1868-1873), con el breve reinado del extranjero Amadeo de Saboya y con una I República que incluso experimentó un régimen federalista, fueron un intento constante y frustrado de mantener revolución y orden público al mismo tiempo. Finalmente, un golpe militar encabezado por el general Pavía dio paso a la restauración monárquica de los Borbones, en la persona de Alfonso XII.

La flota española, comandada por Casto Méndez Núñez, bombardea Valparaíso durante la guerra del Pacífico. La acción es criticada por carecer este puerto de defensas.

Fallece el general NARVÁEZ en Madrid el 23 de abril de 1868, dando paso al clima de conspiración contra el reinado de ISABEL II que desemboca en la Revolución de Septiembre de 1868. Encontrándose enfermo de muerte, el general realiza una confesión que deja estupefactos a los presentes. Tras recibir los últimos auxilios espirituales, dice: “La única cosa que no puedo hacer es perdonar a mis enemigos. No tengo ni uno. Los he fusilado a todos.” Le sucede en la Presidencia del Gobierno de España, GONZÁLEZ BRAVO que querrá reprimir la agitación y se hará odioso. Con la muerte de NARVÁEZ, la monarquía de ISABEL II queda sin ningún defensor con verdadera fuerza popular. La reina era unánimemente considerada como “insoportable”, a causa de su vida privada. Ramón María Narváez, ha sido el más firme puntal de Isabel II, cuya corona salvó en varias ocasiones sin que ella se lo agradeciera. Ejemplar arquetípico de espadón, enemigo de la libertad de prensa y tosco en su forma de concebir la política, mantuvo siempre una lealtad inquebrantable hacia la reina. Tres meses después ésta será destronada.

ISABEL -la Chata- hija de Isabel II se casa con Cayetano, conde de Girgenti. No es una boda de Estado, es la chapuza de una reina tarambana que quiere hacer un gesto político de sumisión al Papa entregando a su hija de 16 años a modo de penitencia. No ha habido nunca entre ISABEL y Cayetano amor, entusiasmo, ni siquiera interés. En el viaje de boda de los novios sobrendrá el Gobierno Provisional (1868-1870). El desventurado marido, después de obsequiarla con unos ataques de epilepsia -enfermedad sobre la que nadie ha advertido a la recién casada- y de tratar de arrojarse por un balcón, acabará pegándose un tiro en Lucerna, el 26 de noviembre de 1871. Con apenas 20 años, Isabel se quedará viuda y en el exilio. Desde entonces se le tendrá justificada lástima. Tres años pasará de luto.

En el mes de agosto de 1868, la familia real española se ha trasladado a Lekeitio para tomar los acostumbrados baños de mar. En Madrid, la imprevisión y la ociosidad se acusan aún más en aquel tiempo de vacaciones. Es entonces cuando los generales adversos a la monarquía SERRANO y Dulce vuelven furtivamente de Canarias -donde han sido confinados poco tiempo antes- y cuando el general PRIM, después de realizar provechosas gestiones políticas y financieras en casi toda Europa, regresa a España desde Inglaterra. El pronunciamiento está en marcha: “La Gloriosa”.

Solo tras la muerte de Fernando VII en 1833, primero durante la regencia de María Cristina y en el reinado de Isabel II después, se pudo hablar del fin del absolutismo monárquico a la vez que se consolidaba el nuevo Estado liberal, con una alternancia en el poder de moderados y progresistas, cuyo triunfo fue siempre fruto de revoluciones encabezadas por alzamientos militares. Un golpe militar en septiembre de 1868 derrocó la monarquía para vivir la primera, breve experiencia republicana.

Las causas de la revolución son múltiples: 1) CRISIS POLÍTICA. Nos referimos en lo fundamental a un sistema asfixiado que en la década de los sesenta va perdiendo sus bases de sustentación, hasta verse restringido en el inicio de 1868 a la actuación de una camarilla palatina próxima a la reina Isabel y a su marido, Francisco de Asís. La descomposición del aparato político se materializa en el despegue progresivo de los partidos progresista y demócrata del entramado constitucional isabelino: niegan la legitimidad del sistema (política del retraimiento, revuelta armada vía pronunciamiento). A ello hay que añadir los sucesivos fraccionamientos dentro de la Unión Liberal y del partido moderado, bases donde se sustentaba el sistema isabelino. Y es que las formas constitucionales censitarias, menoscabadas por la continua farsa electoral del caciquismo, no respondían a la realidad sociológica del país.