Los Estados Pontificios no pueden sustraerse a los acontecimientos que se están produciendo en la convulsa Italia de mediados del siglo XIV. Sin contar con la desvinculación de algunos feudos tradicionales de la corte romana, como Sicilia, en poder ahora de la Corona de Aragón, o el reino de Nápoles, bajo la autoridad de la casa de Anjou, el propio estado pontificio está en descomposición. Así lo ponen de manifiesto casos como el de Giovanni di Vico, que se ha erigido en señor de Viterbo tras usurpar una extensa zona territorial perteneciente al papa; o el de la insumisión en que se encuentra el ducado de Spoleto; o el de la fáctica independencia del marquesado de Ancona; o el de la privatización de Fermo llevada a cabo por Gentile de Mogliano y la de Camerino por Ridolfo de Varano; o el de la abierta rebeldía de los Malatesta; o el de Francesco degli Ordelaffi, que se ha posesionado de una gran parte de la Romaña; o el de Montefeltro que señorea los distritos de Urbino y Cagli; o el de la ciudad de Senigallia apartada de la obediencia papal; o el de Bernardino y Guido de Polenta, que se han adueñado de Rávena y de Cervia, respectivamente; o el de Giovanni y Riniero Manfredi que han hecho lo propio con Faenza; o el de Giovanni d’Ollegio que mantiene bajo su posesión la ciudad de Bolonia. Es precisa una actuación resuelta y aplastante contra todos aquellos insurgentes si se quiere reunificar el patrimonio de San Pedro.
