En cualquier caso, cuando el rey Fernando le pide al Gran Capitán la justificación de los gastos de la conquista de Nápoles y las cuentas de su gestión al frente del reino italiano, el general responde con una relación de partidas que la leyenda quiere que diga algo así como: \»Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en picos, palas y azadones (para enterrar a los muertos del adversario). Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de sus enemigos. Ciento sesenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas por el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo. Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino\». Es sólo una de las versiones de este inverosímil episodio, pero ejemplifica por qué desde que la leyenda cobra fama, las cuentas del Gran Capitán han pasado a ser sinónimo de gasto o de relación contable hecho de forma arbitraria y sin justificación alguna. La altanería y el desprecio implícito al monarca brillan adornando la leyenda de quien, tras ganarse el ducado de Santángelo y una inmensa popularidad entre sus hombres, acabó sin mando y sin plaza y sin el favor del rey.
