«Sissi» es asesinada con un estilete que le atraviesa el corazón.


La tragedia personal sigue cebándose en el emperador del Imperio Austro-Húngaro, FRANCISCO JOSÉ I, cuyo largo reinado continúa. La emperatriz ISABEL, ya de sesenta años de edad, continúa los viajes que ha emprendido tras el suicidio de su hijo Rodolfo. En la fecha, está instalada en el hotel Beau Rivage de Ginebra. En el día de la fecha, pasea junto a su dama de compañía, la condesa Sztaray, por la ribera del lago Leman, haciendo tiempo para tomar el vaporcillo. Cuando está a punto de llegar al embarcadero, un hombre tropieza con la emperatriz, quien, de resultas del encontronazo, cae al suelo. Se levanta rápidamente, diciendo que no se ha hecho daño. Sube a bordo, se queja de un dolor en el pecho: «¿Qué ha ocurrido exactamente?», musita. Serán sus últimas palabras. Aquel hombre le ha clavado un estilete que ha atravesado su corazón. Al ser tan fino el instrumento utilizado, apenas se produce hemorragia y la sangre gotea lentamente lo que hace que el corazón se paralice muy despacio. Fallece en su habitación del hotel una hora después. No cabía imaginar que tuviera semejante fin una mujer indefensa, medio loca y que jamás ha ejercido la más mínima influencia política.