El fortalecimiento fisico cumple, por un lado, una finalidad militar, pues todo ciudadano está obligado a defender la polis; pero en el gimnasio se promociona, por otra parte, a los que están dotados para el deporte, pues quienes pertenecen al grupo de los mejores y se entrenan con diligencia, incluso después de la jornada escolar, tienen la oportunidad de participar en los juegos olímpicos, celebrados cada cuatro años desde el 776 a.C. Dicha posibilidad constituye el máximo honor para cualquier ciudadano griego. Durante los juegos, ninguna polis puede hacer la guerra a otra; debe imperar la paz para que los mejores hombres de toda Grecia puedan enfrentarse en las competiciones deportivas. Los vencedores son homenajeados y recibidos en su ciudad como héroes. Quedan exentos del pago de impuestos, son mantenidos de por vida a cargo de la ciudad a la que han contribuido a honrar y se les otorga una localidad de honor en el teatro. Los altos rendimientos deportivos valen la pena ya en aquellos tiempos.

Los primeros juegos olímpicos oficiales se celebran en 776 aC. Son en honor de Zeus, el dios principal de los griegos, a quien se le asigna como morada el monte Olimpo y se celebran cada cuatro años en la ciudad cercana denominada Olimpia, en el Peloponeso. Se convertirán en las fiestas más alegres del calendario griego, con sus pruebas atléticas y sus competiciones culturales. Duran cuatro días y están abiertas a todas las ciudades de habla griega. Sólo pueden competir hombres que lo hacen completamente desnudos. El espectáculo está negado a las mujeres porque el lugar es sagrado sólo para los hombres. El castigo para quien rompa sus normas es la muerte. Las guerras se interrumpen, a fin de que todos puedan competir en paz. Con el tiempo, los griegos contarán los años según el número de olimpiadas celebradas.

A pesar de que todos los griegos se consideran helenos, herederos de Micenas, y de los héroes de los poemas épicos, hablan una lengua común y comparten dioses y monedas, prácticamente cada año una polis se enzarza en combate con otra. Las guerras forman parte del equilibrio de la Hélade. En principio, cada una de ellas debe ser autosuficiente. Pero en realidad, ninguna posee los recursos necesarios. La lucha por los intereses comerciales se convierte en espoleta de conflictos. La rivalidad es, pues, el estado natural entre las polis. El espíritu competitivo -que se plasma más pacíficamente en los Juegos Olímpicos- está profundamente arraigado en esta civilización. Ninguna calzada conecta una ciudad con otra: por el mismo camino por el que se puede facilitar el acceso de mercancías también pueden llegar los soldados del vecino.

En la fecha, nace en Pella (Macedonia), ALEJANDRO Magno, hijo -como su hermana Cleopatra- de FILIPO II, rey de Macedonia, y de Políxena, hija del rey de Molosia. Será fama que la noche antes de consumar el matrimonio con FILIPO, Políxena sueña que un rayo cae sobre su vientre y que, prendido el fuego, se propaga por toda la estancia en grandes llamaradas hasta extinguirse. Se dice que el propio Zeus, nostálgico de amores humanos, ha querido dejar la impronta celeste de su poder en el seno de la princesa. También será fama que nueve meses después, en el mismo día que la princesa da a luz un varón, su esposo vence en la carrera hípica de los Juegos Olímpicos del año 356 aC. Precisamente en honor de esta victoria Políxena pasa a ser llamada Olimpíade u Olimpia, como la historia conocerá a la made de quien llegará a ser no sólo el “dueño del mundo” (kosmokrator), sino también un dios, el decimotercero del panteón griego: ALEJANDRO Magno.

TEODOSIO I, en la fecha, pone fin a los Juegos olímpicos, los cuales han formado parte de la tradición griega durante casi doce siglos. Esta prohibición es consecuencia de la prohibición de las fiestas paganas en el Imperio romano. Incluso los templos politeístas son mandados destruir. Incluso el templo de las vestales en Roma es demolido. Por otra parte también se prohíben en toda Roma los combates de gladiadores. Los cristianos se creen autorizados para llevar a cabo actos violentos contra las personas y los lugares paganos. De perseguidores, los paganos se convierten en perseguidos y viceversa. El poder del Estado, antaño al servicio del paganismo, ahora está al servicio del cristianismo. Pero siguen funcionando las mismas estructuras mentales. ¿Podía ser de otra manera? Una separación entre la religión y el Estado es inconcebible. La religión sigue siendo el fundamento y el cimiento de la sociedad. Sólo ha cambiado la religión.

La llama olímpica deja de brillar durante más de 1.500 años, aunque sus rescoldos siguen chispeando en la mente de aquellos que atesoran la herencia helenística. Sólo hace falta que alguien cautivado por el ideario olímpico le insufle un poco de vitalidad. Es una misión con tintes casi mesiánicos que da, a finales del siglo XIX, con el candidato perfecto: el aristócrata Pierre de Fredi, más conocido como el barón de Coubertin. Nacido en el seno de una familia aristocrática, el barón de Coubertin disfruta, desde muy joven, de una amplia formación humanística que abona el camino para sus dos grandes pasiones: el deporte, entendido como elemento reformador de la sociedad y de la educación, y el redescubrimiento de la cultura helenística. En realidad, estos dos referentes del horizonte personal de Coubertin son el reflejo de las incipientes inquietudes de su tiempo. Los discursos y los textos de Pierre de Coubertin en favor de la plenitud física y del desarrollo del deporte jalonan toda su existencia. El 25 de noviembre de 1892 da una conferencia en la Sorbona sobre «el ejercicio físico en el mundo moderno», seguida del anuncio del restablecimiento de los Juegos Olímpicos.?

La iniciativa del barón de Cubertin de poner nuevamente en marcha los Juegos Olímpicos es tomada al principio con escepticismo, lo que no evita que vuelva a intentarlo dos años después, esa vez durante una reunión de intelectuales y sociedades deportivas europeas promovida por él y que en los anales del olimpismo será conocida como el Congreso de la Sorbona. Un total de 79 delegados de 49 asociaciones deportivas de doce países -entre ellos, España- acuden al reclamo. La asamblea, que se celebra el 23 de junio de 1894, aprueba la realización de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.

Se funda el Comité Olímpico Internacional (COI), que redactará los principios competitivos y elegirá Atenas (Grecia) como sede de los I Juegos Olímpicos de la era moderna. Desde entonces, los Juegos Olímpicos se celebrarán cada cuatro años y querrán promover el deporte y el hermanamiento de los pueblos. El primer escollo son las reticencias del Gobierno griego ante el dispendio económico que suponen, lo que se solventa gracias a las aportaciones de las comunidades griegas de Egipto, Francia y Londres y también por las donaciones del magnate griego George Averoff. No menos preocupante es la captación de atletas para participar. La escasa cultura deportiva europea y también la exclusión de cualquier atisbo de profesionalismo entre los competidores limitan el número de participantes a 311, de los cuales cerca de 200 son griegos. Otra prueba de la poca aceptación internacional de la convocatoria es el hecho de que, de los 34 países -entre ellos España- que han prometido su asistencia, sólo acuden trece: Alemania, Austria, Australia, Bulgaria, Chile, Dinamarca, EEUU., Francia, Gran Bretaña, Hungría, Suecia, Suiza y Grecia.

Jorge I, rey de Grecia, inaugura los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna. Se celebran entre el 6 y el 15 de abril de 1896 en Atenas. Los griegos ganarán la maratón en la persona de Spiridion Louis. Los Juegos Olímpicos es una competición universal de juegos atléticos a imitación de las fiestas que, cada cuatro años, tenían lugar en Olimpia, en la antigua Grecia. La iniciativa del restablecimiento de los juegos ha partido del barón Pierre de Coubertin, deportista francés en 1892. La última convocatoria del siglo XIX, tendrá por escenario París (1900). Las primeras del siglo XX serán en Saint Louis (1904), en Londres (1908) y en Estocolmo (1912).

Estos Juegos Olímpicos modernos no son una mera continuación de los que enriquecieron la cultura del mundo antiguo. Se dan entre ellos profundas diferencias de enfoque y contenido: Así, frente a la total secularización de los modernos, aquellos Juegos estaban saturados de espíritu y de actos religiosos. De los cinco días que duraban, un tercio del tiempo se dedicaba a procesiones, ofrendas, cantos e himnos a los dioses, a Zeus, a Hera… Eran también aquellos Juegos de la Antigüedad, unos Juegos penetrados de cultura. Hoy día a nadie se le ocurriría que los mejores escultores y poetas esculpieran en bronce o dedicaran sus odas al campeón de natación de turno, como Praxíteles o Píndaro lo hicieron con atletas vencedores del mundo clásico. Finalmente, otra diferencia que es muy de lamentar. Los Juegos de la Antigüedad, iban precedidos por la “Tregua Olimpia”: Tres heraldos salían de la ciudad al comenzar la primavera del año olímpico, anunciando el cese de toda hostilidad y la prohibición de declarar ninguna guerra durante los Juegos. Así todos los que viajaban a Olimpia, desde todos los rincones de la Hélade podían viajar seguros.