En un telegrama fechado el 7 de diciembre de 1914, la zarina ALEJANDRA se dirige a RASPUTÍN con el apelativo de «cariño»: «Volveré dentro de ocho días a partir de hoy. Sacrifico a mi marido y mi corazón por ti. Reza y bendice. Amor y besos».
RASPUTÍN (GRIGORI YEFIMOVICH NOVICH)
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RASPUTÍN es acusado de ser espía de Alemania y de que sus dispendiosas fiestas desacreditan la corte.
La situación creada por la presencia de RASPUTÍN en Palacio llega hasta la misma Duma, la asamblea legislativa rusa, donde son distribuidas por los escaños copias de varias cartas cruzadas entre Rasputín y Alejandra en las que puede entreverse una relación de corte amoroso. El descubrimiento posterior de algunas de esas misivas no demuestra que haya entre ellos un affaire sexual, pero sí constituirán, en efecto, una prueba fehaciente de la atracción que siente la zarina por RASPUTÍN, e ilustran su poder sobre ella. Aludiendo a varios reajustes ministeriales del momento, el diputado Vladimir M. Purishkevich declara -en la fecha- ante la Duma (en Rusia): «Basta con una recomendación de RASPUTÍN para que el ciudadano más miserable desempeñe el cargo más elevado». Las voces críticas se acumulan. El monje es acusado de ser espía de Alemania, y sus dispendiosas fiestas desacreditan a la corte imperial ante la opinión pública. La zarina ALEJANDRA rechaza resueltamente la acusación de mantener relaciones íntimas con RASPUTÍN presentada este año por la oposición.
Cable enviado por la zarina ALEJANDRA a RASPUTÍN: «Te echo de menos terriblemente». Conspiración.
En un cable enviado por la zarina ALEJANDRA a RASPUTÍN, se puede leer: «No has escrito nada. Te echo de menos terriblemente. Ven pronto. Reza por Nicolás. Besos». Varios nobles conservadores, entre los cuales figura el príncipe Félix Yussupov, el gran duque Dimitri Pavlovich y el sobrino del zar Vladimir Purishkevich, organizan una conspiración contra RASPUTÍN. La idiosincrasia del personaje ha ido engendrando tal rechazo que pronto aparecen a su alrededor augurios de muerte. Su asesinato se respira en el aire, está en las conversaciones de los segmentos sociales más diversos. Y es que RASPUTÍN representa todo lo que detestan los rusos. El pueblo le odia como odia a los zares, a los que culpa de la penuria y la ruina del país. Para socialistas y anarquistas constituye un símbolo de la monarquía. Para los liberales y reformistas significa el retroceso, un ejemplo de mistificación supersticiosa. Pero quienes están seguramente más resentidos con él (y humillados) son los nobles, pues consideran intolerable que un campesino sucio e inculto sea consejero personal de los zares y tenga en sus manos el destino del Imperio.
RASPUTÍN es envenenado, rematado a tiros y echado al río Neva.
Pese a que ha sido advertido del peligro, el 16 de diciembre RASPUTÍN acepta una invitación a una fiesta en casa del príncipe Yussupov en San Petersburgo. Al llegar, se reúnen ambos en privado en el sótano, mientras otros conspiradores, ayudados de un fonógrafo, simulan diversión en el piso de arriba. Rasputín consume una gran cantidad de vino y pasteles envenenados, pero no parecen provocar en él efecto alguno. Los nervios hacen desesperar a Yussupov, que acaba disparándole a bocajarro. Los conspiradores no le dan por muerto hasta bastantes minutos después, cuando, tras perseguirle a lo largo del jardín, Purishkevich vacía el cargador sobre su cuerpo. Otras versiones indican que ha sido Pavlovich -brillante oficial de la Guardia- el que finalmente ha tenido que disparar. Lo envuelven en una tela, lo atan y lo tiran por un agujero abierto en la superficie helada del río Neva. Siempre se dirá que todavía estaba con vida cuando le lanzaron al agua, y lo más probable es que fuese verdad. En una fotografía que se hará pública en el año 2000 aparece el cadáver helado tal como lo rescataron del río: tiene los brazos levantados, lo que parece confirmar que luchó por liberarse de las cuerdas con las que lo habían atado.
Pero la muerte de Rasputín no tendrá precisamente las consecuencias que sus asesinos esperan.
La noticia del asesinato de RASPUTÍN es celebrada en todo San Petersburgo. Sólo la familia real presencia su entierro. Los conspiradores son pronto descubiertos y, como era de esperar, penados con un leve destierro. Pero la muerte de RASPUTÍN no tendrá precisamente las consecuencias que sus asesinos esperan. La crisis se acelerará. Pocos meses después, Rusia perderá la guerra y la familia imperial será ejecutada tras su abdicación. Los bolcheviques tomarán el poder en Rusia. Este suceso servirá en realidad de prólogo a la Revolución, ya que odiado por la aristocracia, RASPUTÍN sirve como pretexto a los revolucionarios para acusar a la zarina y, por ende, a la institución. Parece ser, por otra parte, que la intervención de los presuntos asesinos, Purishkevich y Yussupov, cubrían con su atribución de los hechos, al principal instigador, el gran duque Dimitri Pavlovic Romanov que de esta manera no perdía las posibilidades de heredar la corona rusa en el hipotético caso que los zares fuesen expulsados del poder o no tuviesen descendencia.