Costa de Marfil, después de recibir sustanciales créditos y ayudas del Banco Mundial, de la Unión Europea y del Banco de Desarrollo Africano, ahora también llamado Club de París -un grupo informal de gobiernos acreedores, principalmente de los países industrializados- se ha cancelado su deuda externa por un valor de 911 millones de dólares. El papel del Club de París es «encontrar soluciones co-ordenadas y sostenibles para las dificultades de pago que experimentan naciones deudoras», explica la organización en su website. «Los acreedores del Club de París están de acuerdo en una reprogramación de las deudas que tienen con ellos otros países», conllevando un alivio para los países endeudados. Los acreedores del Club de París han mantenido un encuentro con el gobierno de Costa de Marfil para reestructurar su deuda externa pública.
FÉLIX HOUPHOUËT-BOIGNY (Presidente de Costa de Marfil)
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El recién constituido «Movimiento Patriótico de Costa de marfil» y han jurado derrocar al presidente L. Gbagbo.
Los soldados rebeldes, que al principio dicen no tener otro objetivo que permanecer en el ejército y la liberación de sus compañeros encarcelados, se han constituido en el «Movimiento Patriótico de Costa de marfil» (MPCM) y han jurado derrocar al presidente L. Gbagbo. Un portavoz del movimiento pretende que su intención es acabar con la discriminación, organizar nuevas elecciones en Costa de Marfil, invalidando así las elecciones del año 2000, que han llevado a Gbagbo y su partido al poder y que han sido impugnadas por muchos. «El objetivo de esta lucha es restaurar la justicia, la paz y la soberanía de la ley entre todos los marfileños. Queremos una transición muy breve que proporcione a todos los marfileños el derecho a competir en las elecciones». Los rebeldes se quejan de que su avance se ve bloqueado por las tropas francesas. El apoyo del ejercito francés al gobierno «legal», aparte de aparecer como ingerencia, podría favorecer la partición de hecho del país.
En el aire hay mil interrogantes, sospechas y acusaciones mutuas de lo que ocurre en Costa de Marfil.
En el aire hay mil interrogantes, sospechas y acusaciones mutuas de lo que ocurre en Costa de Marfil. Se ha pretendido que lo sucedido en Costa de Marfil no es ni motín ni golpe de estado, sino un arreglo de cuentas entre poderosas facciones opuestas, dentro del régimen. Hay quienes se rinden a la evidencia del intento de golpe, pero se preguntan si algún sector del poder no ha aprovechado la ocasión para eliminar a sus oponentes. La prensa local no ha hecho prueba de objetividad sino que ha seguido echando leña al fuego, cada cual en función de su pertenencia política, geográfica y étnica. Se acusa a Uattara de estar implicado en la sublevación y jóvenes manifestantes exigen que la embajada francesa lo entregue a las autoridades del país. El embajador francés asegura que fue acogido en la embajada con el beneplácito del gobierno marfileño.
La fisura que ya existía entre norte y sur de Costa de Marfil se ha ensanchado hasta el punto de ruptura.
No se sabe a ciencia cierta quien es el responsable de lo que ocurre en Costa de Marfil, pero la fisura que ya existía entre norte y sur se ha ensanchado hasta el punto de ruptura. Con la excusa de perseguir a rebeldes ocultos se ha tomado venganza a costa de los inmigrantes oriundos de Burkina y de otros países: sus comercios han sido saqueados y sus viviendas incendiadas. Barrios periféricos enteros han sido destruidos. Son millares los inmigrantes que han tenido que abandonar sus viviendas y refugiarse en centros de acogida de la Cruz Roja o en casas de familiares y amigos. Todas estas brutalidades que son consecuencia de las acusaciones lanzadas contra el extranjero desde el poder, se han cometido con total impunidad y tienen visos de limpieza étnica. En un país que cuenta con un tercio de residentes de origen extranjero, la mayoría de los cuales se identifica con el norte musulmán y con Burkina Faso, estos antagonismos pueden ser funestos, atizados como están, desde hace tiempo, por la desconfianza mutua, el odio y la impresión que tienen los musulmanes de estar oprimidos. La desafección de este grupo hacia el gobierno es evidente lo que no significa que sean ellos los insurrectos. «Ya no somos RDR, FPI, PDCI o UDPCI; (principales partidos políticos) ahora somos bété, baulé o diula». Con estas palabras un líder del partido de Uattara denuncia la «etnización» de la crisis».
Degradación de las relaciones diplomáticas en la región de Costa de Marfil y el peligro de que se internacionalice el conflicto.
Otra gran certeza es la degradación de las relaciones diplomáticas en la región de Costa de Marfil y el peligro de que se internacionalice el conflicto, con el reato de destrucción y sufrimiento que llevaría consigo. El alzamiento es, sin duda, algo más que un simple motín. Los rebeldes obedecen a una estricta disciplina, respetan a la población, siguen un plan establecido y disponen de armas modernas, de las que carece el ejército local. Alguien dirige y financia la operación, sea desde el interior o desde el extranjero. Al parecer hay envueltos soldados de diversas procedencias lo que facilitaría la regionalización del conflicto. A esto se añade la amenaza de intervención armada, por parte de la Comunidad de África Occidental (CEDAO) si la negociación y el diálogo fracasan. Aunque las autoridades marfileñas prefieren un apoyo diplomático y logístico, el gobierno nigeriano tiene ya sobre el terreno tres aviones de combate y algunos soldados. La información que llega del extranjero está siendo obstaculizada por el gobierno de Costa de Marfil y los periodistas, tanto extranjeros como los marfileños de periódicos independientes, están siendo acosados y maltratados
En Costa de Marfil, en los días sucesivos lo que parece un motín se irá convirtiendo en intento de golpe de estado.
En Costa de Marfil, en los días sucesivos lo que parece un motín se irá convirtiéndo en intento de golpe de estado; incluso, según las autoridades marfileñas, en invasión extranjera o, por lo menos, en intento de desestabilización instigado por algún país o países vecinos: Burkina Faso, Liberia, Sierra Leona. La situación es confusa y muy peligrosa: el país se está quebrando y existe el peligro de que el conflicto se regionalice. En todo caso ya ha causado 170 muertos y más de 300 heridos.
Los medios de comunicación occidentales se limitan a sorprenderse de lo que ocurre en Costa de Marfil.
Las televisiones y los medios de comunicación occidentales se limitan a sorprenderse de que ocurre en Costa de Marfil «en uno de los pocos países estables de África». Sin embargo, este argumento queda muy lejos de la realidad política y social de este país del África Occidental. La corrupción y debilidad de la clase política, la ausencia de legitimidad democrática de sus gobernantes, el racismo o la extrema desigualdad social son algunos de sus problemas más acuciantes. De hecho, la rebelión iniciada en el norte del país no es sino el resultado último de una situación estructural problemática.
Ante el plan del ejecutivo para desmovilizar a miles de miembros del Ejército, se producen rebeliones militares ne Costa de Marfil.
En septiembre de 2002, ante el plan del ejecutivo para desmovilizar y licenciar a miles de miembros del Ejército, se producen rebeliones militares en algunas de las más importantes ciudades del país, como Abiyán, Bouaké y Korhogo. En el transcurso de la revuelta fallecen el ministro del Interior, Emile Boga, y Gueï (del cual, en un principio, se sospecha como instigador del que estaba llamado a ser un nuevo golpe de Estado) y su familia. Las fuerzas sublevadas, agrupadas en torno al denominado «Movimiento Patriótico de Costa de Marfil», controlan el norte y, desde la toma de Daloa, el centro del país, multiplicándose los enfrentamientos con las tropas gubernamentales. Esta rebelión, interrumpe un año de progresos y de esfuerzos pacíficos para reconstruir el país y ganar la confianza de los inversores.
El problema esencial de Costa de Marfil, es étnico.
El problema esencial de Costa de Marfil, es étnico. No se desprecia tan sólo a los cientos de miles de trabajadores extranjeros africanos que se encuentran desde hace varias generaciones en Costa de Marfil (y a quienes se niega la nacionalidad), sino también a las etnias originarias del norte del país. La cuestión de «l’ivorité» (por la que sólo pueden participar en las elecciones aquellos considerados como originarios puros de Costa de Marfil) no es sólo una artimaña política urdida por Laurent Gbagbo para hacerse con el poder en las elecciones de 2000 (su máximo rival, Alassane Outtara, quedó descartado a causa de la nacionalidad de su madre, nacida en Burkina Faso). En realidad se trata de la máxima expresión del racismo de las elites del sur hacia los habitantes del norte del país.
La zona sur de Costa de Marfil ha sido, gracias a sus riquezas naturales (café, bananas y cacao), el puntal del crecimiento del país.
El problema de Costa de Marfil viene de lejos. La zona sur ha sido, gracias a sus riquezas naturales y sus grandes plantaciones de productos de exportación (café, bananas y cacao), el puntal del crecimiento del país. De allí ha surgido la elite de gobernantes que no han hecho sino privilegiar el desarrollo de esa región: desde Felix Houphouët- Boigny, padre de la independencia y primer jefe de Estado del país, hasta Henri Bédié y Laurent Gbagbo (originario de una de las mayores zonas productoras de cacao del mundo, ahora asediada por los rebeldes). La discriminación llega hasta la selección de policía y del ejército: el 80 por ciento de la promoción de la gendarmería de 2001 pertenece a los grupos étnicos de Gbagbo y su antiguo ministro de Defensa.