El 17 de julio, el rey acude a la capital y acepta recibir la nueva escarapela tricolor, emblema de los patriotas, de manos del alcalde de París, BAILLY, que había presidido el Juramento del Juego de Pelota y que acababa de ser elegido por los electores del ayuntamiento. La enseña tricolor (el blanco color real, entre el rojo y el azul, colores de París: símbolo del acuerdo entre monarquia y nación). El rey, en efecto, reconoce un poder surgido de la insurrección. La ciudad de París ha pasado a manos de la burguesía que controla el ayuntamiento y dispone de una fuerza armada de 50.000 hombres. La «revolución» parisina ejerce una considerable influencia sobre las decisiones del rey y consigue disuadirle del empleo de la fuerza contra los diputados.

Estalla en todo el país una revuelta de campesinos a la que se dará el nombre de «Grande Peur» (el Gran Miedo). Los campesinos que asaltan castillos y queman los documentos en los que constan los derechos de los nobles, creen que ha llegado el momento de romper su dependencia con respecto a sus señores.

La Asamblea Nacional Constituyente, reunida desde 1789 hasta 1791, reorganizará la estructura institucional de Francia. Para acabar con la presión del problema financiero, confiscará las propiedades de la Iglesia y emitirá papel moneda, usando las tierras confiscadas como fianza; reorganizará la Iglesia bajo la Constitución Civil del Clero, lo que supondrá la creación de una Iglesia nacional francesa dirigida por el Estado; y establecerá un nuevo sistema administrativo provincial y judicial, que modificará el control de la elección de los oficiales y jueces y pondrá fin al largo proceso de centralización. La Constitución adoptada en 1791 creará un gobierno parlamentario con una monarquía hereditaria y una asamblea elegida por sufragio restringido (a los ciudadanos que pagaban impuestos) e indirecto.

En la noche del 4 de agosto -«la noche de la locura»-, a instancias del Vizconde de Noailles, la Asamblea Nacional Constituyente vota con extraordinario entusiasmo la abolición de todos los privilegios y derechos feudales y la igualdad de todos los franceses. Queda suprimida la división de la sociedad en órdenes. La Asamblea que toma este acuerdo sin un solo voto en contra, entra en un verdadero delirio. Los diputados lloran a lágrima viva y se abrazan y besan… Todos quieren sacrificarse, todos quieren renunciar a alguna cosa: a la caza, a los placeres, a las fiestas, a las riquezas… los nobles jóvenes parecen ebrios en una «orgía de generosidad». El clero no quiere ser menos y se suma a la oleada de general entusiasmo. Varios cardenales y arzobispos renuncian de plano a todos los píngües diezmos que les corresponden.

La Asamblea designa a un comité eclesiástico compuesto de 15 miembros.

Antes de darle a Francia una constitución, la Asamblea Nacional Constituyente juzga necesario redactar una «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», que deberá formar el preámbulo de la Constitución. La Declaración de Derechos menciona en su preámbulo que es hecha en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, pero dos de tres artículos propuestos por el clero garantizando el respeto debido a la religión y a la devoción pública, son rechazados después de los discursos de los Protestantes, Rabaut Saint-Etiene y Mirabeau, y el único artículo relacionado con la religión es redactado como sigue: «Nadie podrá ser molestado por sus opiniones, aún religiosas, siempre que sus manifestaciones no disturben el orden público establecido por ley». En realidad el deseo de la Asamblea es que la Iglesia Católica, a la que la mayoría del pueblo francés pertenece, debe estar sujeta al Estado y realmente organizada por el Estado. Se aprueban diversas libertades: opinión, prensa, reunión, libertad religiosa, igualdad de los derechos civiles y derecho de propiedad. El sistema fiscal es renovado completamente mediante las contribuciones. El antiguo régimen social ha muerto.

La esencia de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional constituyente francesa es republicana; pero nadie habla todavía de república. Por ello, la Asamblea Nacional Constituyente no tiene ninguna posibilidad de salir de la contradictoria situación en que se encuentra; a pesar de su carácter constituyente, su única posibilidad de acción reside en que el rey acepte sancionar sus votaciones, decretos y leyes; ahora bien, el monarca se niega, una y otra vez, y ninguno de los textos votados se aplica, sobre todo la Declaración de los Derechos del Hombre y los textos referentes a la abolición del feudalismo. La idea de recurrir contra el rey empieza a flotar en el aire; muchos políticos consideran que este recurso es el único medio para imponer la sanción regia a los decretos. La crisis económica, por otra parte, favorece esta actuación de los políticos.

En la fecha, un tumulto estalla en los mercados de París; ha sido suscitado por las mujeres -«las furias»-, lo que demuestra el predominio del factor económico en el comienzo del tumulto. Pero con gran rapidez tras la revuelta del mercado se pone al descubierto la revuelta política. Se extiende la sospecha de que el rey, LUIS XVI, pretende recurrir a la fuerza y reunir a tropas fieles. El mismo día por la tarde la muchedumbre parisina alcanza Versalles y espera al día siguiente.

El pueblo parisiense, que había acudido a Versalles el día anterior, receloso de la ausencia de su rey, se concentra ante el palacio para pedir el regreso de éste. El rey aparece en el balcón, pero la multitud exige a gritos «¡La reina!». María Antonieta, consciente de su impopularidad, sale con sus hijos, que son rechazados. El momento es tenso. Pero una hábil maniobra de La Fayette, que besa la mano versallescamente a la reina, consigue disminuir la tensión, aunque los consortes se ven obligados a regresar a París acompañados de sus hijos: La comitiva es precedida por las cabezas cortadas de los guardias asesinados, ensartadas en sendas picas. A partir de entonces la Asamblea tendrá sus sesiones en París, primero en la residencia arzobispal, luego en las Tullerías.

Joseph Ignace GUILLOTIN para evitar tormentos infamantes propone, en la fecha, la igualación de la pena capital para aristócratas y plebeyos, que hasta este momento reciben un trato diferente: decapitación con espada para los primeros y ahorcamiento para los segundos. El gobierno le da la razón y ordena la construcción del mortal aparato al secretario de la Academia de Medicina de París, Antoine Louis. Es proyectado, por éste, un aparato para efectuar estas ejecuciones que es probado primero en cadáveres de animales, luego en animales vivos.