Fallecido Constancio I Cloro, el ejército, en la fecha, aclama a su hijo CONSTANTINO I el Grande como augusto en el campamento de Eburacum (York). A Constancio I Cloro se le ha impuesto la condición, para mantener alguna forma de “dinastía” de que se casara con TEODORA, hijastra de MAXIMIANO. CONSTANCIO CLORO ha accedido. Pero cuando muere no deja como heredero a ninguno de los hijos habidos con TEODORA, sino a su hijo CONSTANTINO, hijo de ELENA. Simultáneamente, el césar occidental SEVERO II, es proclamado augusto por Galerio. Ese mismo año el pueblo de Roma nombra emperador a MAJENCIO, hijo del anterior tetrarca MAXIMIANO. Este último regresa también a la escena política reclamando el título de Augusto.

ELENA, la madre de CONSTANTINO, es declarada Augusta. Visita Tierra Santa y a ella se debe en no pequeña parte la construcción de basílicas sobre el Santo Sepulcro, sobre el Monte de la Ascensión y sobre la cueva de Belén y de otras muchas iglesias en la geografía de la cristiandad. Se atribuye a ELENA, el descubrimiento del lugar de la crucifixión y de la Vera Cruz. ELENA se llevó a Roma parte de la Vera Cruz, pero un trozo grande todavía está en Jerusalén. Los incrédulos maliciosamente dicen que se veneran tantos trozos de la Cruz en distintos templos católicos de diversos países que, si se juntaran todos, se podría construir el casco de un barco. Pero tras un recuento oficial hecho por las autoridades competentes (todos los santuarios en posesión de un fragmento proporcionaron datos sobre el tamaño y el peso de la reliquia), resultó que el total del “lignum crucis” no llega a cubrir ni la mitad del tamaño que pudo tener la Cruz en que murió Jesús. ELENA, le regala a su hijo un clavo que dice ser de la cruz de Cristo. CONSTANTINO lo convierte en freno de su caballo.

Fallece ELENA, madre de CONSTANTINO I el Grande. No ha logrado la conversión de su hijo, pero sí el que éste depusiera la actitud perseguidora contra los cristianos que había caracterizado los reinados anteriores, con especial virulencia en el caso de Diocleciano. ELENA siguió intentando acercar al emperador a su fe con pláticas, ruegos y oraciones que se intensificaban en los momentos en que CONSTANTINO se encontraba más agobiado por los problemas bélicos. (Una gran estatua de Sta. Elena puede admirarse en la Basílica de S.Pedro, en Roma. También en lo más alto del cimborio de la catedral de Barcelona hay una imagen de Sta Elena).