Los íberos viven en poblados fortificados, situados en montículos, con habitáculos distribuidos siguiendo las normas de un urbanismo rudimentario. Los grupos ibéricos no forman ninguna unidad política. Los conflictos entre ellos, motivados por la escasez de recursos y por las rivalidades tribales, son frecuentes. La base económica es la ganadería y la agricultura. Cultivan cereales (maíz y cebada), aunque más adelante introducirán la viña y el olivo. También es importante la actividad textil (lana, lino y cáñamo), la mineria, la metalúrgia, la cerámica y el comercio (entre los mismos grupos ibéricos, con los púnicos y los griegos). La socieda ibérica está dominada per una aristocrácia guerrera, entre la cual se eligen los caudillos, y se compone de artesanos especializados y de una gran masa de campesinos.

Hacia mediados del siglo VI aC. los pueblos celtas de la región alavesa y del valle del Ebro ascienden a la Meseta por las sierras de Soria hasta Teruel con un claro fin económico: aprovechar la riqueza minera de hierro del sistema Ibérico. Desde estas tierras altas lentamente se irán trasladando hasta las llanuras levantinas. Los Iberos absorberán con el tiempo a los celtas que se han establecido en las comarcas del sur y el Levante dando lugar a los celtíberos. Se desconoce, empero, la realidad histórica (demostrada) de este hecho.

Por estas fechas encontramos una serie de tribus y pueblos de origen preibérico, ibérico, celta y celtíbero distribuidas por el nordeste de la península: los “ilercavones” y los “ilergetas” (en las zonas de Castellón, Ebro y Balaguer, Lleida, Tortosa); los “cosetanos” (Tarragona); los “layetanos” (Barcelona); los “lacetanos” (Cuenca del Llobregat); los “ausetanos” (Girona y Vic); los “indigetas” (Ampurdán); los “caretanos” (Zona Pirenaioriental).

Los pueblos que habitan la España prerromana no constituyen, ni mucho menos, un todo homogéneo. Culturalmente, la Península no forma una unidad. Al contrario, podemos dividirla en varias áreas culturales con diferencias muy acusadas entre ellas. Las relaciones entre estos pueblos y sus culturas permiten reducir el mosaico antropológico peninsular a ocho áreas fundamentales. Destaca en el sur el área tartesio-turdetana, la más rica y civilizada de la época, junto con el área levantina o mediterránea, también próspera. También bastante desarrollada, pero en menor grado, es la zona lusitana, que se distingue por su notable desarrollo agrario.

El núcleo urbano de Empúries helenística tiene dos recintos dedicados a los cultos propios de la religión griega. El primer recinto, el occidental, es un conjunto arquitectónico formado per tres templos y una serie de altares, dedicado a Asclepio, dios griego que se ocupaba de la medicina. Aquí acuden las personas enfermas para ser curadas mediante unos deteminados rituales. (En este lugar se encontrará una de las esculturas griegas más relevantes del Mediterráneo occidental. Se trata de una representación de 2,15 metros del dios Asclepio, con una serpiente enroscada al bastón, realizada en el siglo III aC. en mármol blanco del Pentèlic.) En el otro recinto, el oriental, que será edificado más tarde, destacará un templo que, probablemente, estará dedicado al dios griego-egipcio Zeus Serapis.

Las otras áreas son más pobres y primitivas en diverso grado. La cultura pastoril abarca una extensa zona, ya que desde la Meseta se extiende hasta los Pirineos. En el norte tenemos la particular cultura matriarcal del Cantábrico y el noroeste, y la no menos curiosa cultura colectivista de los pueblos del valle del Duero. Los pueblos del sur y Levante conocen organizaciones de tipo monárquico, a veces de tradición muy antigua, como Tartessos. Desarrollan una vida urbana con toda la variedad de posibilidades de orden socio-económico que ello comporta. Por contra, los pueblos del centro y norte conservan sus peculiaridades económicas y sociales primitivas o arcaicas, basadas en organizaciones de tipo gentilicio o tribal. Además, no llegarán a conocer el alfabeto hasta la romanización.

El origen de los íberos y de su “cultura” será muy discutido por los historiadores. Pero parece claro que esta “cultura” proviene de una evolución sobre el terreno de las poblaciones indígenas del neolítico y de la edad del bronce, que están muy influidas por la llegada de los pueblos del centro de Europa y enriquecidas por los contactos establecidos con los colonizadores fenicios i griegos. Los íberos no son un solo pueblo, sino un conjunto de pueblos o tribus que comparten unos rasgos culturales muy similares. (Parece que el nombre de Iberia se aplicará primero por los griegos a la zona de la desembocadura del río Tinto en Huelva por tener esta zona una serie de coincidencias con la Iberia del Ponto Euxino. Este nombre se aplicará después a la costa mediterránea y, más tarde, a la parte atlántica. Del término Iberia deriva el de “íbero”.

A mediados del siglo VI aC, numerosas ciudades de las costas levantinas, del sureste andaluz, y del valle del Ebro, presentan ya los rasgos típicos de la cultura ibérica. Los íberos hablaban una lengua de la que nos han quedado numerosas escrituras todavía sin descifrar. La cultura ibérica se caracteriza por una intensificación de la vida urbana, por una generalización del rito funerario de la incineración, por el uso del hierro y del torno rápido de alfarero para la fabricación de cerámica. La sociedad que nace ahora, ocupa lugares menos elevados, a veces en llanos o en pequeños altozanos que dominan las tierras bajas y ricas, los lugares de paso y los enclaves de comercio. Desarrollan un urbanismo complejo, en ciudades con murallas, con calles, casas, espacios abiertos, lugares de reunión y zonas públicas o semipúblicas. El poblado de El Oral, que se habita entre mediados del siglo VI y mediados del V antes de nuestra era, con su tradición fenicia y su contenido ibérico, representa un magnífico ejemplo.

Con relación a las creencias, los íberos practican una religión naturalista que mezcla elementos autóctonos y foráneos. Adoran a unos dioses protectores y benefactores, para los cuales sacrifican animales. También rinden culto a dininidades femeninas vinculadas a la fertilidad. Algunos pueblos adoptan a algunas divinidades griegas (Afrodita y Àrtemis).

La sociedad ibérica es compleja, las élites que antes atesoraban riquezas como el Tesoro de Villena, reinvierten parte de este excedente en actividades de representación, grandes monumentos funerarios y conjuntos escultóricos que reproducen un complicado imaginario religioso y social. Animales reales y fantásticos, figuras humanas en atuendo de guerrero, sacerdote o dama engalanada, se erigen en símbolo de la élite urbana y dan testimonio de sus formas de vida. Estas manifestaciones artísticas alcanzan su máximo nivel en el centro y sur del País Valenciano, habitados respectivamente, por las tribus de los edetanos y los contestanos, con muestras de tan alto valor como la denominada “Dama de Elche”. El uso del hierro, que es más fácil de conseguir que el bronce, representa una revolución económica, ya que permite mejorar la cualidad de las herramientas agrícolas.