El 24 de junio de 1812, día de San Juan, NAPOLEÓN, rodeado de los soldados de su Guardia, y al frente de tres cuerpos, del ejército, aguarda en los terrenos llanos de la carretera de Vilna, junto a la orilla izquierda del Niemen. Es la frontera rusa y el corso se dispone a cruzarla obsesionado por la idea de vengarse de las deslealtades de ALEJANDRO I Pavlovich. Lo que ocurrirá a continuación es exactamente lo mismo que cuando invadió Rusia Carlos XII de Suecia un siglo antes. Resulta imposible creer que Napoleón no hubiera estudiado las campañas de Carlos, pero en todo caso no parece que aprendiera algo de ellas. Lo que le impulsa en este momento es, sencillamente, que no puede concebir la derrota. Los ingenieros tienden puentes sobre el Niemen, y la «Grande Armée» comienza a penetrar en la inmensa Rusia. Son 450.000 hombres. Ante los franceses no aparece enemigo alguno. Pero no cuenta NAPOLEÓN con la astucia de los comandantes rusos que se niegan a dar a los franceses la satisfacción de librar una batalla campal. En su lugar, conducen a los invasores al interior de sus vastos territorios.
