Batalla de Alarcos en la que los almohades destrozan el ejército de Alfonso VIII de Castilla.


Ante el ataque almohade, lo prudente es replegarse en busca de más desahogadas posiciones, pero el terco monarca, ALFONSO VIII, se empeña en impedir que aquellas hordas pisen suelo castellano. El ejército cristiano es aniquilado. A los errores tácticos de sus generales cabe sumar los devastadores efectos de una nueva y mortífera arma almohade: un nutrido cuerpo de arqueros turcos contratados en oriente. Estos sujetos son capaces de disparar sus flechas con impresionante potencia, puntería y cadencia de tiro desde la misma grupa de las cabalgaduras lanzadas a galope. Curiosamente, la misma táctica de los partos que en la antigüedad derrotaron a griegos y romanos. En medio de pérdidas tremendas por ambas partes, ALFONSO VIII emprende la retirada. Los almohades se apoderan del castillo de Alarcos y de otros castillos, entre ellos el de Calatrava. Esta victoria consolida el efímero poder del imperio almohade ya que recupera casi todas las zonas conquistadas por los cristianos desde hace décadas, salvo Toledo y su comarca.