En Chile, en la fecha, el regimiento blindado N° 2, al mando del coronel Roberto Souper, protagoniza un levantamiento militar contra el Gobierno. Los sublevados intentan tomar el Palacio de la Moneda, enfrentándose a las Fuerzas de la Guarnición dirigidas por el comandante en jefe Carlos PRATS en persona, el cual pone en riesgo su vida para obtener la rendición de los sublevados. Los miembros de Patria y Libertad, que estimulan el golpe, se asilan en la embajada ecuatoriana. El resultado final de este intento será conocido como «tanquetazo», dejará 20 muertos, de los cuales gran parte son civiles. Alarmado, ALLENDE llama nuevamente a los uniformados a integrar el gabinete, en esta ocasión con los cuatro miembros máximos de las Fuerzas Armadas, mientras planea su última arma para salir de la crisis: un plebiscito. ALLENDE planea convocar a un plebiscito acerca de su permanencia en el cargo de Presidente. De esta manera si el resultado le es negativo se retirará con la cabeza en alto por dejar su mandato por designio de la ciudadanía y no por las presiones opositoras. Pero no llegará a tiempo.

En 1973, la división en el seno de la UP es una evidencia y reduce la capacidad de maniobra del presidente. Parece ser que el propio presidente ha confesado que “yo no soy presidente ni soy nada. Si ordeno algo, no se hace, y si prohibo algo, se hace”. Estos meses son de un gran descontrol social paulatinamente dominado por el ultraizquierdismo y tiempos de una gran paradoja: en esta situación el Partido Comunista chileno acaba siendo un partido de centro que trata de frenar una espiral enloquecida que en su fase actual lleva a tomar fábricas de veinte obreros. Las gentes de la UP que desconfian del MIR y tratan desesperadamente de frenar el deterioro de la situación, son las principales víctimas. La inflación ha llegado al 370%.

El general Carlos PRATS, comandante en jefe del Ejército de Chile y ministro varias veces de ALLENDE, uno de los soportes más firmes del gobierno, es obligado a dimitir por la mayoría de generales. Su sucesor, Augusto PIONOCHET, es nombrado, en la fecha, jefe supremo de las fuerzas armadas chilenas. PINOCHET pasa por ser un militar discreto y leal.

Muere en La Moneda, el palacio de Gobierno de Chile, el presidente de la República, Salvador ALLENDE. Acaba de nacer un mito, complejo y épico como pocos, en un Chile que tardará más de quince años en recuperar la libertad. A ALLENDE se le entiende más desde el nacionalismo antiimperialista y desde su condición masónica de constructor de una nueva sociedad, que desde la visión insurreccional. ¿Asesinato o suicidido? Se ha discutido mucho sobre esto. ¿Qué más da? Su muerte tuvo mucho de suicidio. Al negarse a la rendición y la huida, porque “el presidente de Chile no sale en un avión”, escogió la inmolación.

Según testimonios, Allende ha aparecido inerte y con el cráneo reventado sobre un sillón del salón Independencia, en el Palacio de la Moneda. El informe policial y la autopsia que durante seis horas le han practicado los médicos militares apuntan la tesis del suicidio, pero esas pruebas permaneceran ocultas durante la dictadura militar. Ningún familiar, ni siquiera su viuda Hortensia Bussi, ni ningún amigo ha podido identificar el cadáver ni confirmar que dentro del ataúd que se les ha mostrado y que ha sido enterrado en Viña del Mar estaban los restos del ex presidente. A partir de ahí surgirán dudas sobre el destino real de su cadáver. Durante años no se sabrá a ciencia cierta si Allende se ha quitado la vida o si ha muerto combatiendo.

Salvador ALLENDE decide afrontar el golpe desde el palacio presidencial de La Moneda, sede del poder legal, en lugar de buscar apoyos insurreccionales en los cordones industriales de Santiago. Hay mucha dignidad y mucho símbolo en ese último viaje, esa comitiva de coches que cruza Santiago desde su residencia de la calle Tomás Moro llevando al presidente hacia palacio, como el cortejo fúnebre de la democracia chilena. ALLENDE podría haber renunciado, y acabar el drama de una manera igual de digna sólo que menos dramática.

Salvador ALLENDE, presidente de Chile, debe gobernar hasta 1976, pero su mandato es truncado a sangre y fuego el 11/9/1973. Así, -en la fecha- se produce un Golpe de Estado que pone fin a la democracia en Chile finalizando una de las experiencias políticas más interesantes de este siglo: la “vía chilena al socialismo”. A las siete de la mañana, el presidente es despertado para ser informado de la rebelión de la Armada en Valparaiso. Salvador ALLENDE, con extrema buena fe, todavía preguntaba dónde estaba el general PINOCHET. Un gran número de unidades se van sumando a los golpistas, ALLENDE anuncia que no tiene intención de dimitir, al tiempo que lleva a cabo un llamamiento a la resistencia. Los errores del allendismo que propician el golpe han procedido de sectores de una ultraizquierda provocadora que crea inseguridad entre amplias capas de la clase media. A pesar de que esta ultraizquierda no actúa de acuerdo con el programa de la Unidad Popular, que es el programa político del gobierno de Salvador ALLENDE.

Durante años, la izquierda chilena mantendrá la idea de que Allende ha sido asesinado, considerando la posibilidad del suicidio como una postura que debilitaría la figura de Allende. Así se dijo: “es más importante el aspecto político de que todo el mundo crea que a Allende lo han matado los militares”. Esta versión cuenta que Allende, encañonado por un capitán que exigía su rendición, respondió “¡Nunca!, tras lo cual recibió un disparo y una ráfaga de metralleta. Esta versión se popularizó por diversos medios, uno de ellos fue un discurso de FIDEL CASTRO dado el 28 de septiembre de 1973 en la plaza de la revolución, en donde describe una versión de la muerte de Allende, aunque en ese mismo discurso, advierte de la posibilidad de que se hubiese suicidado. La versión del asesinato fue avalada incluso por la viuda de Allende (quien había aceptado inicialmente la versión del suicidio).

En la fecha, un año después del Golpe de Estado en Chile, un artículo del “New York Times” abre una amplia polémica entre la opinión pública internacional al relacionar muy directamente a la CIA con la caída de Salvador ALLENDE. De hecho en Washington, una comisión del Senado abre una encuesta sobre las actividades de la CIA en Chile.

Con el regreso en 1990 de la democracia a Chile, el nuevo presidente, Patricio Aylwin, decide homenajear a Allende, pero antes hay que confirmar si su cadáver está en Viña del Mar. Las autoridades organizan una exhumación secreta para identificar el cadáver y las circunstancias de la muerte, a la que asiste el doctor Arturo Jirón, amigo de Allende, y que es filmada en vídeo por Salas, que mantendrá en su poder la grabación desde entonces. La exhumación también permitirá dejar definitivamente aclarado que Allende se había suicidado de un tiro en la cabeza, que estaba destrozada. El propio Jirón fue quien tuvo que comunicar a la familia Allende cómo murió realmente. El cámara guardará estas imágenes hasta 2009 en que se harán públicas.