Los romanos se dan cuenta de que no pueden rendir a los sitiados por hambre y, dado que Masada se halla en lo alto de una colina sólo accesible desde el oeste por un sendero estrecho y tortuoso, flanqueado de barrancos y conocido como el camino de la serpiente, Silva, sin reparar en bajas, ordena construir una gigantesca rampa de asalto en la escarpada cara occidental. Pero antes -y para evitar que los sitiados puedan huir- construye una muralla de circunvalación en torno a la colina; la fortifica con seis fortines y varias torres, y coloca detrás dos campamentos de gran tamaño. Hecho esto, manda a sus hombres iniciar la construcción de la mencionada rampa. Aprovechándose de la prominencia de una ancha roca, el llamado promontorio blanco, que se halla 150 metros por debajo de la cumbre de Masada, los romanos acarrean grandes cantidades de tierra y piedras para levantar una enorme y sólida rampa de asalto que Silva no considera suficiente para el uso de las máquinas de guerra, por lo que se procede a erigir una nueva rampa sobre la anterior, hecha ahora de grandes piedras unidas que culminan en una gran plataforma.
ASALTO FINAL A LA FORTALEZA DE MASADA (74)
Total de piezas: 5
Tras la caída de Jerusalén por la invasión de las tropas del general Tito, quedan centros de resistencia.
Tras la caída de Jerusalén por la invasión de las tropas romanas del general Tito, quedan en Judea tres centros judíos de resistencia: Herodio, que cae en poder de los romanos poco después; Maqueronte, tomada tras dos años de combates, y la fortaleza de Masada, el espectacular nido de águilas de Herodes el Grande. A finales del 73 dC. el general romano Flavio Silva sitia la fortaleza con la Legio Decima Fretensis y sus unidades auxiliares (entre 5.000 y 10.000 soldados, más innumerables esclavos). Los defensores se preparan para un largo asedio. Tienen agua y comida para resistir durante años, ya que, a las reservas de vino, aceite, trigo, dátiles y frutas que tienen almacenadas, se suman las obtenidas cultivando árboles y hortalizas en la propia cima de la colina.
Los romanos siguen con su ataque a la fortaleza de Masada.
Terminada la rampa que se está construyendo para el asalto a Masada, los romanos hacen subir por ella una torre de asedio cargada con un ariete. Josefo dice: «Había también una torre hecha de una altura de unos sesenta codos (unos treinta metros) y recubierta completamente de hierro, desde la cual los romanos arrojaban dardos y piedras con los instrumentos de guerra, y que pronto hizo que todos los que luchaban desde la muralla de este lugar se retiraran, y no les dejaba levantar la cabeza más arriba de las construcciones. Al mismo tiempo, Silva ordenó que el gran ariete que había construido fuera llevado allí y lanzado contra la muralla, y se golpease fuertemente con él, el cual, con alguna dificultad, rompió una parte de la muralla y la tiró completamente» ‘
Suicidio en masa de los supervivientes de Masada.
Como los sitiados reaccionan tapando la brecha con una nueva muralla construida con grandes vigas de madera y tierra, los romanos prenden fuego a la obra, que pronto arde por completo. Visto que al día siguiente habrá de producirse el asalto final y sabiendo lo que los romanos harán a los resistentes si caen en su poder, Eleazar fuerza a los supervivientes a suicidarse en masa, o tal vez los convence de la necesidad de hacerlo. Según la narración de Josefo, «no hubo ni uno solo de estos hombres que sintiera escrúpulos en cumplir su parte en esta terrible ejecución, y cada uno de ellos mató a sus parientes más queridos. Desgraciados fueron ellos, sin duda, cuya desesperación los forzó a sacrificar a sus propias mujeres e hijos, con sus propias manos, como el menor de los males que les esperaba».
Los romanos efectúan el asalto final a Masada. La rebelión judía ha finalizado… de momento.
En Masada, los diez últimos supervivientes se juegan a suertes quién matará a los nueve restantes antes de suicidarse él mismo. Por ello, cuando a la mañana siguiente y tras siete meses de asedio, los romanos asaltan la fortaleza, quedan sobrecogidos por el silencio que reina en ésta. A sus gritos aparecen dos ancianas y cinco niños, que se han escondido en una cueva para huir de la matanza. Por ellos saben lo sucedido, a lo que no quieren dar crédito hasta descubrir el fuego que consume el palacio, en cuyo interior yacen numerosos cadáveres. La rebelión judía ha finalizado, si bien sus rescoldos se convertirán nuevamente en llamas años más tarde.