ROMA (IMPERIO) (27 aC - 395 dC)

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Imperio romanoEl Imperio romano fue una etapa de la civilización romana en la Antigüedad clásica, posterior a la República romana y caracterizada por una forma de gobierno autocrática

El Imperio Romano queda dividido, por la fuerza de los hechos, en dos partes: el Occidente y el Oriente.


El Imperio Romano queda dividido, por la fuerza de los hechos, en dos partes: el Occidente, que gobernará el mismo CONSTANTINO, y el de Oriente, momentáneamente, bajo el mando de MAXIMINO. CONSTANTINO continuará utilizando las tribus germánicas que se muestran dispuestas a aceptar la romanización, y las atrae al ejército, el cual cada vez,se va volviendo menos romano y más germano. Con el tiempo, esa política dará frutos indeseados.

Ver mapa del imperio romano en el siglo IV dC

LICINIO, hijo de Maximiano, se casa con Constanza, hermana de CONSTANTINO y se alía con éste.


LICINIO, hijo de Maximiano, se casa con Constanza, hermana de CONSTANTINO y se alía con éste. Dados los temperamentos de ambos cuñados, las fricciones serán insalvables. Por otra parte, MAXIMIANO hasta el momento ha apoyado siempre a su propio hijo MAJENCIO, pero habiéndose enemistado con él se une momentáneamente a CONSTANTINO.

LICINIO derrota a MAXIMINO en Adrianópolis, erigiéndose en dueño indiscutido de Oriente.


LICINIO derrota a MAXIMINO en Adrianópolis, erigiéndose en dueño indiscutido de Oriente. Así, pues, el Occidente está en manos de CONSTANTINO I el Grande y el Oriente en manos de LICINIO (313-324). MAXIMINO se suicida.

CONSTANTINO y LICINIO proclaman el célebre «Edicto de Milán» o «Tolerancia del cristianismo».


CONSTANTINO y LICINIO, proclaman el célebre «Edicto de Milán». Con él deja de ser la religión pagana de Roma la única y oficial del imperio, dándose libertad para que cada uno siga la religión que más le plazca incluida la cristiana. Aunque los cristianos habían podido practicar su religión públicamente desde la retirada de Diocleciano, el Edicto indicaba y simbolizaba el comienzo de una nueva era para la Iglesia y para su status en la sociedad romana. Se revocan todos los anteriores decretos anticristianos y deberán devolverse los lugares del culto cristiano y otras propiedades confiscadas. Los acontecimientos que llevan al «Edicto de Milán» son complejos y en ciertos aspectos misteriosos. Los apologistas cristianos contemporáneos y los que seguirán lo presentarán como la consecuencia de la conversión del propio CONSTANTINO, promovida a su vez por la milagrosa intervención de Dios antes de la batalla del Puente Milvio, en que CONSTANTINO derrota al usurpador Majencio. Ésta es la versión que al propio CONSTANTINO le gustará contar en un período posterior de su vida.

La paz de la Iglesia en el 313 marca el comienzo de la «Iglesia constantiniana».


La paz de la Iglesia en el 313 marca el comienzo de la llamada «Iglesia constantiniana». Con esta expresión se entiende un nuevo modo de relaciones entre la Iglesia y la sociedad: la Iglesia se integra en un Estado que poco a poco se irá cristianizando. Por otra parte, a veces se usa equivocadamente el término «constantiniano» para significar un tiempo o una época en que el catolicismo es religión del Estado o protegido por él. Ello no es cierto; quien erigirá al cristianismo como religión oficial del Estado será Teodosio I el Grande (379-395), ya que CONSTANTINO y LICINIO se limitan únicamente a prohibir que se persigan a los cristianos ofreciendo libertad de culto. De ahí se seguirán, sin embargo, múltiples interferencias. El Estado intervendrá en la vida de la Iglesia y esperará de ella un apoyo ideológico. El emperador tratará de regular los conflictos doctrinales que perturban el orden público y tomará la iniciativa en la convocatoria de los concilios. Al mismo tiempo, la Iglesia obtiene del Estado ventajas económicas, materiales y jurídicas. Cuenta con el emperador para luchar contra la herejía y el paganismo.

Los habitantes del Imperio desean en gran número hacerse cristianos por oportunismo.


Hasta la paz de la Iglesia del 313, hacerse cristiano ha conllevado el riesgo del martirio. A partir de este momento todo cambia. Los habitantes del Imperio desean en gran número hacerse cristianos por oportunismo, a la vez que rechazan las exigencias morales del bautismo. Por otra parte, la catequesis previa al ingreso en la Iglesia, además de ser poco exigente, se eterniza, pues los catecúmenos, retrasan el bautismo hasta la vejez o la muerte. En efecto, como el bautismo perdona todos los pecados y la penitencia no se concede más que una sola vez en la vida, más vale esperar a que se extingan las pasiones para comprometerse definitivamente. También la Iglesia se desinteresa de esta comunidad catecumenal subdesarrollada para dedicar su atención a aquellos que efectivamente piden el bautismo para una fecha cercana. Éstos se inscriben al comienzo de la Cuaresma, que se convierte en el marco temporal de la preparación. La consecuencia de todo ello es que el nivel de formación baja sensiblemente y se extiende una profunda laxitud en todos los aspectos de la Iglesia que será contrarrestada a lo largo de los años con la aparición y arraigo del monacato.

Oportunistas se coierten en aduladores de aquellos otros que son cristianos de convicción.


Ya antes de Constantino, desde finales del siglo III, algunos obispos han adoptado un estilo de vida parecido al de los gobernadores romanos. Se trata de una lenta impregnación de la Iglesia por el ambiente cultural y jurídico en el que está sumergida. Ya en el siglo IV, el paso rapidísimo de una vida subterránea a una existencia pública exige un cambio profundísimo en la organización de la Iglesia. Los obispos pasan de ser personas perseguidas y acosadas, siempre en peligro de muerte, a ser importantes personalidades respetadas por el poder político y dotadas de enorme prestigio. Muchos ciudadanos romanos quieren hacerse cristianos por razones de seguridad; otros, para «hacer carrera» o medrar en los negocios… Así, bastantes oportunistas se convertirán en aduladores o «compañeros de viaje» de aquellos otros que son cristianos de convicción.Por supuesto en esto no hay nada nuevo. El emperador ha sido el Pontifex Maximus de los dioses, del mismo modo que ahora se considera un obispo. Los sacerdotes paganos son funcionarios oficiales retribuidos, las vírgenes vestales recorren las calles en carruajes oficiales cubiertos y en los juegos ocupan un palco imperial. CONSTANTINO casi desde el principio comienza a transferir privilegios al clero cristiano y lo exime de los cargos públicos obligatorios en las ciudades y en las áreas no urbanas del pago de los impuestos correspondientes al distrito. Estas medidas implican conferirle la jerarquía de una clase y en este proceso el ámbito secular respalda al espiritual.

El emperador más o menos cristiano, determina qué punto de vista es herético y cuál «ortodoxo»


Mientras el cristianismo ha sido una religón más o menos fuera de la ley, los obispos han podido disputar entre ellos a propósito de puntos doctrinales, lo que ha dado lugar a las que se llamarán «herejías» (de una palabra griega que significa «escoger», en el sentido de «escoger cada cual su punto de vista»). Como consecuencia de ello, se han suscitado interminables querellas y polémicas. Ahora bien, una vez la religión cristiana se coloca bajo un emperador más o menos cristiano, éste último es el que, determina qué punto de vista es herético y cuál «ortodoxo» (de una palabra griega que significa «opinión verdadera»).

Los favorables a Donato y los favorables a Cecilio apelan a CONSTANTINO que se inclina por Cecilio.


Los favorables a DONATO y los favorables a CECILIO apelan a CONSTANTINO, ahora protector de la Iglesia. Después de muchas investigaciones y de demostrar considerable vacilación, el emperador se inclina por CECILIO. A los ojos de los donatistas, esta actitud coronará el síndrome persecutorio. Ahora ven con horror la alianza de la Iglesia con el Estado de CONSTANTINO.

El emperador romano se considera como el «igual de los apóstoles» o el «obispo de fuera».


CONSTANTINO -emperador romano de Occidente- se considera como el «igual de los apóstoles» o el «obispo de fuera». Esto explica sus intervenciones. Para la mayoría de los cristianos, este cambio después de las persecuciones resultaba algo inaudito, inesperado. Los cristianos aceptan ahora el carácter sagrado del emperador, al que consideran bastante naturalmente como jefe del pueblo cristiano: nuevo Moisés, nuevo David. Bajo este título convoca los concilios. Los cristianos le agradecen sus favores. Les concede edificios oficiales (basílicas) y palacios para un uso religioso. Hace construir hermosos lugares de culto, las basílicas de San Pedro del Vaticano, la de Belén, todas las iglesias de Constantinopla, etc. Hace importantes donaciones a los obispos. Las comunidades cristianas pueden recibir legados. La Iglesia logra conseguir así un enorme patrimonio. El clero obtiene privilegios jurídicos. Los tribunales episcopales tienen jurisdicción civil, y los obispos son considerados del mismo rango que los gobernadores.