En 1250 aC. Egipto aún funcionaba con eficacia, y en apariencia era la primera potencia de la Tierra, pero sus propias victorias lo estaban destruyendo. Esto sucede con frecuencia. Una nación victoriosa parece imparable, pero conforme extiende sus límites tiene más y más territorio que defender. El pueblo de la nación conquistadora cada vez se dedica más a la guerra, una amplia proporción de los soldados de cada leva perecen en combate, y las naciones derrotadas se rebelan constantemente. Así, la nación victoriosa se convierte en un mero caparazón: todavía impresionante desde fuera, pero corrompido y hueco. Un pinchazo en cualquier parte de ese caparazón puede conducir al colapso de la estructura entera. Esto era lo que amenazaba a Egipto en 1250 aC.

Realmente, apenas se puede dudar que los antepasados de Israel fueron esclavos en Egipto y que escaparon de allí de un modo maravilloso. Casi nadie lo pone en duda actualmente. Aunque en las narraciones egipcias no hay testimonios directos acerca de la presencia de Israel en Egipto, la tradición bíblica exige crédito a priori, ¡no es la clase de tradiciones que un pueblo se inventaría! Aqui no se trata del relato heróico de una migración, sino el recuerdo de una ignominiosa servidumbre de la que sólo pudo librarles el poder de Dios. Lo que está fuera de dudas es que hubo un gran número de semitas en Egipto durante este período.

Cuando los hijos de Israel ocupan la tierra, están los egipcios en franca decadencia mientras que el Imperio hitita o ya no existe o está a punto de desaparecer. Desde el punto de vista político, la conquista de Canaán (Palestina) por los hijos de Israel, no significa por lo pronto la sumisión de Canaán a una única potencia. El país se dividirá por regiones, en tribus, cuyos límites no siempre serán precisos y que se repartirán por Galilea, Samaría y al sur de Jerusalén. En una gran asamblea celebrada en Siquén, se establece un vínculo religioso -Confederación- entre las tribus que entran, así, en alianza con Dios (Jos 24).

El Próximo Oriente se ve trastornado hacia 1190 por unos turbulentos invasores que vienen del mar, y por eso los egipcios los llaman “pueblos del mar”. De entre éstos, los filisteos amenazan a Egipto, que los rechaza. RAMSÉS III, último gran faraón del Imperio Nuevo, después de alejar definitivamente a los “pueblos del mar” y a sus aliados sirios, restablece el imperio egipcio en Asia.

En Egipto, sumido en la anarquia con el declive de la XIX dinastía, masas abigarradas abren brechas en sus fronteras. SETNAJT (1184-1182 aC.) funda la XX dinastía que perdurará hasta 1080 aC.

RAMSÉS III, de la XX Dinastía, gobierna Egipto (1182-1151 aC). El esfuerzo de las anteriores batallas les ha dejado exhaustos.

HERIHOR, sumo sacerdote de Tebas, se hace con el poder en el Alto Egipto. Con la decadencia de la XX dinastía, después de la muerte de RAMSÉS III, crece el poder de los sumos sacerdotes de Amón en Tebas, no sin que los faraones, apoyados por los gobernantes de Nubia, intente someterlos de nuevo a su autoridad. HERIHOR vence e impone finalmente su dominio en el Alto Egipto a costa de la emancipación de la provincia meridional. Éste es un golpe fatal para la dinastía y para la unidad del país. Egipto jamás volverá a recuperar su antigua grandeza.

En Egipto, SMENDES funda en Tanis la dinastía XXI.

Kush (Nubia) recupera su independencia, en le fecha, cuando el poder egipcio empieza a declinar a finales del Imperio Nuevo. Egipto pierde también sus posesiones en Palestina. Decadencia económica. Amenazas de hititas, amorreos y libios

En el año 1000 aC. el Imperio egipcio ya no existía, y el país pasó a ser en lo sucesivo una potencia menor. Los tiempos de plenitud habían quedado atrás, dejando como testimonio tan sólo unos monumentos imperecederos -pirámides, esfinges, obeliscos y las colosales estatuas y templos-, todos los cuales sirvieron para impresionar a las generaciones posteriores.