El Cardenal Gian Pietro Carafa es coronado papa bajo el nombre de PABLO IV (26.5.1555 -18 .8.1559), un napolitano cofundador de los teatinos. Es un hombre de una severidad y una austeridad extraordinarias. T?iene setenta y nueve años, pero conserva una increíble energía. Tal vez la historia hubiese tomado otros derroteros si un hombre menos duro que él hubiese estado al timón de la nave de la Iglesia.
PABLO IV (Papa)(1555-1559)
Total de piezas: 18
PABLO IV encarga a Daniele de Volterra que retoque el Juicio de la Sixtina pintado por Miguel Ángel.
El papa PABLO IV a poco de ser elegido manda decir a MIGUEL ÁNGEL que debe retocar el Juicio de la Sixtina, lo que provoca del artista una respuesta que podría haber significado su ruina: «Decidle al papa que ésta es una pequeña labor, ya que puede retocarse fácilmente; que se preocupe él de retocar el mundo, pues la pintura se retoca fácilmente.» PABLO IV tendrá que buscar a otro pintor para efectuar tal labor, y lo encontrará en la persona de Daniele Ricciarelli, más conocido como Daniele de Volterra. De todas maneras parece que el artista no empíeza su tarea hasta la muerte del maestro.
Por medio de una bula, Pablo IV crea un gueto en Roma para los judíos a quienes despoja de sus propiedades.
PABLO IV utiliza eficazmente la institución de la Inquisición para reprimir las infiltraciones de luteranos y reformistas en los reinos de Italia. En su celo, llega a investigar incluso a miembros señalados del Colegio Cardenalicio: el cardenal Giovanni Morone, el cardenal inglés Reginald Pole. Los judíos sufren también el severísimo talente de gobierno de PABLO IV, que los hace objeto de su bula Cum nimis absurdum publicada el 18 de julio de 1555 y que supone la creación del gueto en Roma, el despojo de sus propiedades y su reducción a la condición de esclavos, obligándolos a llevar una señal distintiva, sombreros amarillos para los hombres y velos o mantones para las mujeres, trato que, según él, merecían por su intervención en la muerte de Jesucristo.
CARLOS V -a través de su hermano FERNANDO- se ve obligado a firmar, en la fecha, la «Paz de Augsburgo».
De hecho, CARLOS V -a través de su hermano FERNANDO- se ve obligado a firmar la «Paz de Augsburgo», al haberse aliado los protestantes de Alemania con ENRIQUE II de Francia que significa la división religiosa de la Europa Central. Este Tratado es declarado ley imperial, obligatoria para todos. Este acuerdo significa el abandono por parte del Emperador de imponer el catolicismo como religión única en Alemania y el fracaso de toda su política bélica y religiosa. Fracaso ya reconocido previamente por CARLOS V. A los cuatro meses de acceder al papado, PABLO IV firma también la «Paz de Augsburgo».
El Papa PABLO IV se alía con Francia para expulsar de Nápoles a los españoles. Su contrincante será el duque de Alba.
PABLO IV se toma muy mal que Carlos V no pida su permiso para legar a su hijo Fernando el título de emperador de Alemania y, con tal motivo, aparte de no reconocer a Fernando como tal ni a Felipe II como rey de España, urde una coalición con Francia para apoderarse del reino de Nápoles. Pero se busca un mal contrincante militar, nada menos que el duque de Alba que no esperará a recibir la bélica visita y pronto marchará contra Roma.
El recién elegido papa, PABLO IV, no hace nada por reactivar el Concilio de Trento. Él se considera por encima de todo.
EL Papa PABLO IV, al acceder al solio pontificio, el ya dilatado concilio de Trento se encuentra paralizado, pero el recién elegido papa no hace nada por reactivarlo, en su caso no por falta material de tiempo, como le ha ocurrido a su antecesor Marcelo II que sólo ha gobernado la Iglesia durante 22 días, sino porque su talante teocrático le hace considerarse por encima de los emperadores, reyes, prelados y demás dignidades de este mundo. Él es el papa y nadie ni nada está sobre él, y como tal se basta y sobra para reglamentar la función de la iglesia y la vida de los creyentes. En otras palabras. El papa Caraffa no necesita ningún concilio, la verdad y el dogma los dicta él, y para evitar cualquier tentación desviacionista posee además un eficaz instrumento: su reformada Inquisición o Santo Oficio.
FELIPE II firma una de tantas treguas con el rey francés ENRIQUE II.
En 1556, semanas después de la abdicación de la corona española de Carlos V a favor de su hijo FELIPE, se firma una de tantas treguas con el rey francés ENRIQUE II. Por estas fechas, hace casi un siglo que Francia está en guerra con España. Primero, con Fernando de Aragón por las posesiones italianas, y luego, al recibir la herencia imperial Carlos V -que le permite amenazar Francia desde todas direcciones-, por el control de las tierras flamencas, borgoñonas y del norte de Italia. Las paces que frecuentemente se pactan entre ambos bandos sólo tienen el objetivo de reponer fuerzas y todos saben que más pronto que tarde se acaban rompiendo. La ambición constante de los reyes de Francia de apoderarse de Nápoles y la Lombardía, hace que ENRIQUE II, simultáneamente, envíe agentes a Roma para pactar con el papa PAULO IV – antiespañol y napolitano- una alianza que, entre otras cosas, tiene la misión de que Nápoles pase del dominio español al del Papado. El duque de Alba recibe la orden de FELIPE II de marchar con sus tropas a terreno pontificio.
La acerva antipatía de PABLO IV contra España se explica por la oposición connatural a la presencia de los españoles en su Nápoles natal.
La acerva antipatía de PABLO IV contra España se explica por la oposición connatural a la presencia de los españoles en su Nápoles natal, sentimientos que se reafirman durante su estancia en la corte española como nuncio del Papa León X. Su animadversión hacia todo lo español, representado por su rey, Carlos V, y después por FELIPE II, le lleva a oponerse tenazmente a la política exterior de ambos monarcas, en un intento apasionado de expulsar a los españoles de Italia y acabar con la hegemonía europea de la Casa de Habsburgo. Emulando a Julio II en su grito de «fuera los bárbaros» y utilizando sus mismos procedimientos, PABLO IV, que no se ve a sí mismo con capacidad bélica para enfrentar a los ejércitos españoles, apremia a Francia, con quien España acaba de firmar el tratado de paz de Vaucelles (1556), para que ataque las posesiones españolas en Italia, aprovechando que Carlos I ha abdicado en su hijo FELIPE II.
El duque de Alba, virrey de Nápoles, invade los estados pontificios.
El papa PABLO IV, aliado de Francia, procura atraer a Venecia a la Liga. Al igual que Julio II, sueña con liberar a Italia de los extranjeros, es decir, de los españoles. Francia duda, pero CATALINA de Médici, apasionada por los asuntos italianos, y FRANCISCO de Guisa, impaciente por nuevas victorias, bloquean la política de paz de Montmorency. El Papa impone la decisión multiplicando las provocaciones a los españoles, hasta el punto de que, en septiembre de 1556, el duque de Alba, virrey de Nápoles, invade los estados pontificios. ENRIQUE II, rey de Francia, su protector, se ve obligado a intervenir. FRANCISCO de Guisa nombrado lugarteniente general en Italia, marcha sobre Nápoles a través de los Apeninos.
ENRIQUE II dirige contra las posesiones hispanas en el sur de Italia un ejército.
Así pues, roto el tratado de paz entre España y Francia, por instigación papal, ENRIQUE II dirige contra las posesiones hispanas en el sur de Italia un ejército al que se suman tropas pontificias al mando del duque de Guisa. Pero allí les espera prevenido el virrey de Nápoles, Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, quien al frente de un nutrido y bien adiestrado ejército español no espera a que el enemigo llegue hasta él, sino que toma la iniciativa y marcha hacia Roma. Bate a los franceses en todos sus encuentros ocupando diversas plazas pertenecientes a los Estados Pontificios, entra ellas la misma Anagni, dejando constancia de que la captura es circunstancial y que las retendrá sólo hasta que el Papa Caraffa sea depuesto y sustituido. En abril de 1557 obtiene un resonado triunfo en Civitella del Tronto donde el ejército franco-papal queda seriamente desgastado.