Puede decirse que el siglo XVIII ha constituido para los vascos una época de despegue en todos los órdenes. La prosperidad se atribuye en gran parte al régimen de exención reinante al amparo de los fueros. La larga paz, prácticamente ininterrumpida desde 1714 hasta 1793, permite una mejor convivencia interior y una difusión del sentimiento religioso que se convertirá en característico: las Provincias aportarán una proporción de clero cada vez mayor dentro del conjunto de la Monarquía. En el orden de las comunicaciones la apertura del camino de Orduña favorecerá el intercambio de Bilbao con el interior de la Meseta, mientras se desarrollará la actividad marinera de Guipúzcoa. La introducción del maíz favorecerá el desarrollo de la ganadería, aumentando la capacidad alimenticia. La población crecerá rápidamente, duplicándose desde 175.000 almas a 334.000 en los últimos censos del siglo XVIII. La cocina vasca descubrirá variedades gastronómicas y comenzará a acreditarse como exquisita.

En el primer año de lucha contra los franceses, con avances notables que permiten la conquista del Rosellón y la de Hendaya, se manejan, por vez primera en España, las expresiones Religión, Rey y Patria, como gritos de combate que anuncian la que será más tarde actitud carlista.

En 1794, bajo la ofensiva francesa, muy vigorosa, el frente guipuzcoano se derrumba. Fuenterrabía sucumbe el 1 de agosto y San Sebastián el 4 del mismo mes.

Los perjuicios materiales y sobre todo morales causados por la guerra con Francia han sido, sin duda, muy considerables: las provincias vascas no sólo han sufrido una ocupación enemiga, con las secuelas de violencia y empobrecimiento, sino que han experimentado por primera vez tensiones internas hasta un punto de ruptura. De un lado se hallan los que anteponen la religión a cualquier otro valor, la cual les mueve a oponerse con toda su fuerza a los revolucionarios. De otro han aparecido por primera vez un grupo, aún minoritario, pero que considera la segregación del conjunto de la Monarquía como el mejor camino para obtener el triunfo de sus ideales. Algunos guipuzcoanos se declaran en favor de las ideas revolucionarias y en una junta celebrada en Guetaria llegan a proponer la creación de una República vasca independiente. Los delegados de la Convención no les atienden.

En el entorno del Árbol de Gernika se halla una pequeña ermita (Santa Mª La Antigua) donde se celebra un acto religioso que precede al acto político que representa cada una de las Juntas Generales que allí se celebran. También en esta ermita, tiene lugar los actos de Juramento de los Fueros. Con el transcurso del tiempo, las asambleas trasladan su lugar de reunión al interior de este pequeño recinto eclesiástico. A partir de 1826, y buscando un espacio más acorde con las necesidades de la institución, la primitiva iglesia es demolida para acometer la construcción de un nuevo edificio. Manteniendo aquella tradición de íntima relación entre la vida pública y religión, la Sala de Juntas es concebida como un espacio capaz de aunar ambas funciones. Estamos, pues, ante una Iglesia-Parlamento. (Aunque en la actualidad -año 2000- la vertiente eclesiástica ha sido relegada por la política, siguen manteniéndose tanto el altar como las pilas de agua bendita como testigos de épocas anteriores.)

Sebastián Iradier y Salaberri es un compositor vasco que ha nacido en 1809 en Lanciego (Álava). En 1827, antes de cumplir veinte años se presenta para obtener y gana una plaza de organista en la Iglesia de San Juan Bautista de Salvatierra donde, en la fecha, empieza a trabajar. Luego, por falta de entendimiento con el párroco, se marcha a Madrid. En el conservatorio de esa ciudad, ocupa, desde 1840, el cargo de maestro de solfeo. Posteriormente es vicedirector de la Academia Filarmónica Matritense y catedrático de armonía y composición del Instituto español. En aquellos años, comienza a componer y publica su primer álbum con seis canciones con letra de Juan Peral, dos con letra de Campoamor y una de García Gutiérrez. Por otra parte, compone cinco valses.

Los marinos vascos tienen que reorientar sus navegaciones, hacia Cuba y Filipinas, las proveedoras de productos que se denominan por antonomasia ultramarinos. En las villas de la costa comienza a aparecer un sector social no muy abundante, pero de importancia, compuesto por marinos retirados, muchos de los cuales han ingresado en la masonería y se sienten ganados por las ideas liberales.

Los primeros alzamientos carlistas, que durante breves semanas, triunfan en Bilbao y Vitoria, hasta que las tropas de Sarsfield, en la fecha, consigue restablecer la sumisión, no plantean al principio la cuestión de los Fueros y sí, en cambio, la de la religión. Los primeros soldados de D.CARLOS, reclutados en el País Vasco como en otras regiones españolas, están convencidos de que luchan en el servicio de Dios contra un régimen político enemigo de la Iglesia. En el curso de la contienda, que durará siete años, estas afirmaciones se acentuarán, al tiempo que se incrementará la importancia que, para la causa de D.CARLOS, tiene la defensa del foralismo.

El ministro Javier Burgos publica mediante Real decreto la subdivisión del territorio español en 49 provincias, a imitación de los 89 departamentos franceses. El número será ampliado a 50 en 1927 al ser divididas las Canarias en dos, y todavía, aumentado en tres más (1958) con los territorios africanos de Ifni, Río de Oro y más tarde Guinea Ecuatorial. Esta división provincial que durará hasta 1977, tiene cuidado de respetar los límites antiguos de los territorios vascos, incluso en lo que tienen de anómalo -la vizcainía de Orduña, el condado de Treviño- pero pasan a denominarse provincias y no otra cosa. Aunque no se mencionan los fueros, es evidente que se hallan amenazados por los criterios unificadores. Para los vascos el centralismo se convierte en un mal, amenaza para sus libertades históricas. A esto añaden los eclesiásticos otra nota: el liberalismo, condenado por los papas, es enemigo de la Iglesia.

El carlismo provoca una división muy profunda en las Provincias Vascongadas, llamada a durar. Pasados los primeros momentos de la guerra se comprueba que el liberalismo, amparado por las guarniciones militares, se consolida en las ciudades, Bilbao, San Sebastián e incluso Vitoria, porque una burguesía mercantil acomodada se deja ganar por las nuevas ideas. El campo que estaba controlado por los carlistas, pasa a ser tradícionalista.