Los que con motivo de la persecución suscitada por la muerte de ESTEBAN se han dispersado, llegan hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no predicando la palabra más que a los judíos (Hech 8;1) (Hech 11;19-21). Y es que los discípulos de JESÚS empiezan a preocuparse por difundir el Evangelio, en primer lugar, entre las comunidades hebreas esparcidas en las principales ciudades del imperio. Estas comunidades están formadas por los hebreos a quienes los acontecimientos políticos (cautividad asiria y babilónica) y los intereses comerciales han diseminado por el mundo. Es natural que los primeros cristianos tengan en cuenta a estos miembros del pueblo elegido: también ellos esperan al Mesías. Sin embargo, muy pronto, incluso por la hostilidad con que, a menudo los hebreos de la diáspora acogen a los predicadores del Evangelio, éstos se inclinarán por la conversión de los paganos.

Nunca, sin embargo, en la historia de la humanidad, han sido tan favorables las condiciones para una rápida expansión del cristianismo, pues la mayor parte del mundo conocido forma parte del Imperio Romano, el más compacto que ha existido jamás. Se extiende desde el Atlántico hasta Persia y desde el Rin y el Danubio hasta el desierto del Sahara, convirtiendo el Mediterráneo -Mare Nostrum- en un lago interior. Conquistar el mundo, significa, pues, antes que nada, conquistar el Imperio romano. Pero, a diferencia de otras conquistas, ésta no va en contra del estado (al menos esto es lo que los gobernantes creen). Se trata de conquistar los corazones. Y se conquistarán, en su mayor parte, en menos de trescientos años.

La difusión del cristianismo se ve favorecida también por la circunstancia de la descomposición de que en el Imperio romano es objeto, desde hace tiempo, la religión oficial. La fe en los antiguos dioses de Roma se ha debilitado desde hace mucho tiempo. Esta religión que contempla sólo las relaciones sociales y que atiende sobre todo al buen funcionamiento del Estado, no está hecha para satisfacer las necesidades espirituales más profundas. Pero la religión cristiana será declarada: «strana et illícita», extraña e ilícita (decreto senatorial del año 35), «exitialis», perniciosa (Tácito), «prava et immódica», malvada y desenfrenada (Plinio), «nova et maléfica», nueva y maléfica (Suetonio), «tenebrosa et lucífuga», tenebrosa y enemiga de la luz (del Octavius de Minucio), «detestábilis», detestable (Tácito); por eso será excluida de la legalidad y perseguida, porque será considerada el enemigo más peligroso del poder de Roma, que se basa en la antigua religión nacional y en el culto del emperador, instrumento y símbolo de la fuerza y de la unidad del imperio.

El emperador TIBERIO, recluido en Capri desde el 26dC, acompañado de sus amigos más íntimos, se encuentra gravemente enfermo. Cae en un letargo y los que le rodean, creyendo que ha muerto, proclaman emperador a su nieto Calígula, pero al comprobar que Tiberio continúa con vida, un cortesano militar llamado Macronio le estrangula. La muerte de TIBERIO es recibida con júbilo por el Senado y por el pueblo romanos, como resultado de lo poco que ha hecho para hacerse popular. Pero en verdad, TIBERIO ha sido un hábil y buen administrador. A su muerte deja el tesoro repleto de oro. Ha buscado entre sus colaboradores gente que también fueran buenos administradores. No obstante, un día un gobernador de provincias le envía una suma importante fruto de unos impuestos manifiestamente superiores a los presupuestados, y lo destituye fulminantemente diciendo: «A las ovejas se las puede esquilar, pero no despellejar».

CALÍGULA (diminutivo de «caliga» = sandalia militar) hijo de Agripina la Mayor y del general romano Germánico (sobrino de Tiberio), sucede, en la fecha, a su abuelo Tiberio como emperador de Roma (37-41). Cuando sube al poder, el Senado desea que emprenda una política de expansión militar, lo que permitiría resolver la crisis económica que atraviesa el Estado. El reinado de CALÍGULA que empieza con buenos augurios, más tarde, probablemente a causa de una enfermedad que le afectará al cerebro «locura cesárea», degenerará en una caprichosa tiranía. Inicia una política absolutista basándose en el apoyo popular. Funcionarios y soldados tienen que jurar fidelidad al genio del emperador (genio en el sentido de divinidad) pues llega a creer que es un dios. Manda introducir su estatua en todos los lugares de culto, incluido el Templo de Jerusalén y acabará intentando nombrar senador a su caballo… El principado es transformado en una monarquía teocrática.

En el año 37, AGRIPA I, a quien se le llama Herodes en la Biblia, nieto de Herodes I el Grande, es nombrado rey de la tetrarquía de Filipo y Lisanias (34-44), por el emperador Calígula al fallecer Herodes Filipo.

Los historiadores romanos reflejarán la vida privada de estos primeros emperadores poniendo énfasis en abominaciones de toda clase: intrigas, envenenamientos, orgías sexuales, caprichos sádicos, etcétera. Se difundirán relatos acerca de los desmanes de uno y otro emperador. Es dudoso hasta qué punto esos relatos son dignos de confianza. Los historiadores que se harán eco de tales episodios son en general resentidos contra el Imperio que miran al pasado, a una República idealizada que nunca ha existido en la realidad. Los relatos en cuestión, por otra parte, serán recogidos posteriormente por los cristianos, para demostrar lo perversos que eran los emperadores paganos, y como es natural atraerán el interés morboso en todas las épocas.

En 38, la administración de CALÍGULA centra su atención en las reformas públicas y políticas que necesita el Imperio. Se publica un documento con los registros de los gastos que ha realizado el emperador, algo nunca hecho durante el reinado de Tiberio; se ayuda a los afectados por los incendios; se anulan ciertos impuestos; y se impulsan los eventos deportivos. También se admite a nuevos miembros en los órdenes senatorial y ecuestre. Quizá lo más significativo de este periodo sea la reanudación de las elecciones democráticas. Durante este mismo año CALÍGULA es duramente criticado por ordenar ejecuciones sin juicio previo. La más significativa es la del ex prefecto del pretorio Sutorio Macro, a quien en muchos sentidos CALÍGULA debía el trono.

El Imperio romano tiene que hacer frente a una grave crisis económica iniciada en el 38. La política de CALÍGULA, marcada por la generosidad y la extravagancia, agota las reservas financieras del Imperio. Calígula reacciona acusando falsamente a algunos senadores y caballeros para multarlos e incluso ejecutarlos con el propósito de apoderarse de su patrimonio. Con el objeto de hacer frente a la crisis, CALÍGULA pone en marcha una serie de medidas desesperadas como pedir dinero al pueblo en los actos públicos. Establece nuevos impuestos en los juicios, bodas y prostíbulos, e implementa subastas por las ventas de los gladiadores en los espectáculos. Los testamentos de ciudadanos romanos que dejaban sus bienes a Tiberio son reinterpretados a fin de que CALÍGULA reciba dichos bienes. Se obliga a los centuriones que habían adquirido propiedades durante saqueos a devolver su botín al Erario y los oficiales responsables de cobrar los impuestos relativos al uso de calzadas son acusados de incompetencia y malversación, y multados duramente. Quizás sea esta crisis económica la causante de una breve hambruna de dimensiones desconocidas que azotará el Imperio por esa época.

A pesar de la crisis económica, CALÍGULA lleva a cabo numerosos proyectos de construcción durante su reinado. Algunos de estos edificios son públicos, pero la mayoría se erigen con un fin privado. En 39, CALÍGULA lleva a cabo un espectacular trabajo de ingeniería; construye un puente flotante temporal que conecta los puertos de Baiae y Puteoli empleando barcos. CALÍGULA, que no sabe nadar, atraviesa el río a lomos de su caballo, Incitato, y portando la armadura de Alejandro Magno. Es probable que el emperador realice esto a fin de cumplir la predicción de Tiberio Claudio Trasilo, que ha dicho que nadie tiene más posibilidades de convertirse en emperador que aquel que cruce a caballo la Bahía de Baiae. Ordena la construcción de dos enormes embarcaciones, las cuales serán encontradas en el siglo XX, en las profundidades del Lago de Nemi. Estos dos barcos figuran entre los más grandes del mundo antiguo; el menor de ellos es construido con el fin de albergar un templo consagrado a Diana, mientras que el mayor es en esencia un palacio flotante para el emperador, con suelos de mármol y su propio sistema de cañerías.