A comienzos de año 1945, HITLER se retira a las profundidades de un búnker en Berlín y, salvo en una o dos ocasiones, nunca más saldrá de él. Mientras tanto, los ejércitos aliados, cada uno por su lado, van acercándose.
ADOLF HITLER
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El mariscal Koniev inicia la ofensiva soviética en la cabeza de puente de Baranov.
Cuando su último jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, Guderian, le advierte del gravísimo peligro en que se hallan Prusia Oriental, Pomerania y Silesia, además de Checoslovaquia, Austria y Hungría, HITLER monta en cólera creyéndose objeto de un engaño; se niega a aceptar que aquello pueda ser verdad y supone que se le exageran las cifras para que ordene el repliegue de sus ejércitos. Así se niega a reforzar aquellos frentes, sacando tropas de zonas donde no hay actividad, como en Curlandia. Las consecuencias se comienzan a ver el 12 de enero, cuando el mariscal Koniev inicia la ofensiva soviética en la cabeza de puente de Baranov. Los alemanes, combaten en una inferioridad artillera de 1 a 5, de 1 a 3 en carros de combate, de 1 a 12 en aviones y de 1 a 2 en infantería. Son arrollados. Lógicamente, el Ejército Rojo acaba imponiéndose. Una consigna oficiosa comienza a extenderse entre los combatientes: Se ha de resistir en el este para que el mayor número posible de civiles pueda trasladarse hacia el oeste.
El Ejército Rojo se lanza al ataque. «¡Matad! iMatad! No hay inocentes entre los alemanes.
La Batalla de Las Ardenas, aunque aún registrará algunos coletazos y aunque los aliados tardarán semanas en recuperar lo perdido, ya está terminada cuando, en el Este, en la fecha, estalla la más temida de las tormentas. El Ejército Rojo, que lleva dos meses casi inactivo, reforzándose y situándose para la ofensiva final, se lanza al ataque. «¡Matad! iMatad! No hay inocentes entre los alemanes. Obedeced las órdenes de vuestro camarada Stalin, destruyendo para siempre a la bestia negra en su guarida. Mancillad el orgullo racial de las mujeres alemanas. Tomadlas como legítimo botín», arenga el activista rojo, Ilia Ehrenburg, a los ejércitos de Rokossovski, Koniev, Zúkov, Malinovski y Tolbukin que se disponen a atacar en un frente de 1.200 kilómetros, desde Hungría al Mar Báltico. Se trata de la operación Vístula-Oder.
HITLER planea un poderoso contraataque en Hungría que devuelva a Alemania los campos de petróleo.
HITLER no quiere ni oír hablar de derrota y sigue maquinando combinaciones para cambiar el curso de la guerra. El proyecto que acaricia en febrero es un poderoso contraataque en Hungría que devuelva a Alemania los campos petrolíferos de Ploesti y aleje a los soviéticos de Checoslovaquia y Austria, países donde aún funcionan grandes fábricas de armamentos. Además, cerca de Viena, están las últimas fuentes de suministro petrolífero del III Reich.
HITLER dispone que el 6º Ejército Acorazado de las SS, se traslade a Hungría.
Por algunas indicaciones que da HITLER a los austríacos sobre la formación de partidas de voluntarios, adiestrados en la lucha antitanque, se supone que acaricia la idea de formar en toda esa zona y sur de Alemania una última isla de resistencia, a la espera de la ruptura entre los aliados occidentales y los soviéticos que, según creen los jerifaltes nazis, está a punto de producirse. Allí espera contar con medios materiales importantes, con una geografía favorable a la defensa y con sus partidarios más fanáticos. Por eso, Hitler se dispone a jugarse el resto en Europa central. A espaldas de su jefe de Estado Mayor, Heinz Guderian, dispone que el 6º Ejército Acorazado de las SS al mando de Sepp Dietrich, se traslade a Hungría.
En cinco semanas han sido desbaratadas por completo 70 divisiones alemanas.
En cinco semanas han desbaratado por completo 70 divisiones alemanas y dañado gravemente a muchas otras, ocasíonando la muerte a medio millón de soldados, hiriendo a cerca de doscientos mil y capturando a un número similar. Los ejércitos alemanes del Este han dejado de existir y la Wehrmacht se dispone a reunir sus restos para formar la última barrera ante los soviéticos. «Cuando Hitler se ve perdido quiere, conscientemente, aniquilar al pueblo alemán y destruir las bases de su misma existencia. Ya no conoce límites morales. Para él, su fin significa el fin de todo», escribe uno de los ministros del III Reich, Albert Speer, refiriéndose a la actitud de HITLER en aquellos días, cuando todo se derrumba. Stalin, en la fecha, ordena terminar la ofensiva para dar tiempo a prepararse para un ataque sobre el propio Berlín, dando por terminada una operación de enorme éxito, que ha ganado 480 km en dos semanas y, de paso, ha aniquilado al Grupo alemán de Ejércitos del Centro.
La ofensiva hacia Berlín resulta más lenta de lo que a STALIN le gustaría.
A pesar de que la producción militar alemana ha caído a niveles desesperantes y las reservas de combustible son más que insuficientes, las tropas alemanas pelean con mayor fiereza que nunca y por diversas razones: el fanatismo nacionalista y anticomunista, la violenta e implacable represión y la humillación que supone una rendición incondicional y los millones de refugiados que serían capturados por los soviéticos son las principales razones que tiene el soldado alemán para oponer resistencia al Ejército Rojo. De esta manera la ofensiva hacia Berlín resulta más lenta de lo que a STALIN le gustaría. Además la negativa de HITLER a abandonar la capital del Reich obliga a los generales alemanes a defenderla a toda costa, ya que han hecho un juramento de lealtad al Führer, el cual también ha ordenado no evacuar la ciudad.
Aunque muy envejecido, HITLER sigue imponiendo su voluntad sobre quienes le rodean.
Aunque muy envejecido y con un andar vacilante, HITLER sigue imponiendo su voluntad sobre quienes le rodean. Sin embargo, ahora rehuye el contacto con su pueblo, y promulga duras directrices como las «Medidas de destrucción en el territorio del Reich (Decreto Nerón), que establecen una política de tierra quemada, o aquella que ordena el fusilamiento de todos los varones de las casas en que ondee una bandera blanca. Tampoco son infrecuentes sus largas divagaciones sin relación alguna con lo que se está tratando, o sus estallidos de cólera contra todo y todos, en especial sus generales, a los que acusa de ineficacia y traición y a los que cubre de insultos e improperios. Ello contrasta con el tono amable y paternal que emplea con sus allegados y el personal de servicio. Por otra parte, desde que se ha trasladado al búnker de la Cancillería, destruida ésta por los bombardeos aliados, su particular noción del tiempo se ha acentuado. No resulta extraño que las reuniones con sus ayudantes sean convocadas a horas intempestivas porque él se ha levantado a media tarde.
El canciller alemán cree que el ataque soviético sobre Berlín puede ser detenido.
El día 20 de abril, cumpleaños del Führer, 56 años, parece comenzar bien. El canciller alemán cree que el ataque puede ser detenido, y con esta esperanza recibe en su búnker a las máximas autoridades del régimen, que vienen a felicitarle por su aniversario. Junto a los ya habituales Goebbels, Bormann o Keitel, recibe a Himmler, Giring, Speer o Dbnitz. También se halla allí Eva Braun -la amante de HITLER-, que se ha trasladado a Berlín días antes. Pese a todo, el ambiente es tenso, y se intuye que quizá sea la última vez que puedan reunirse. Algunos apremian al Führer para que se traslade a lugar seguro, pero él siempre se niega. Se quedará en la capital, y nada ni nadie le harán cambiar de opinión. Al atardecer llegan las primeras informaciones en el sentido de que los soviéticos han logrado abrir una brecha entre los grupos de Ejército Vístula y Centro, por la que sus tropas se dirigen hacia la capital.
Los primeros soldados del Ejército Rojo entran en Berlín.
Un día después del aniversario de HITLER, los primeros soldados del Ejército Rojo entran en Berlín.