Del 4 al 24 de agosto, en el frente oriental, los rusos inician su avance penetrando a sangre y fuego en la Galitzia polaca. Este primer ataque ruso llega muy cerca de la ciudad prusiana de Königsberg.

Todo depende, pues, de lo bien que funcione el plan Schlieffen. Las oportunidades de que resulte según lo establecido se malogran por culpa del jefe del ejército alemán, Helmuth Johannes Ludwig von Moltke. Éste, decide evitar herir la sensibilidad británica, y para ello renuncia a la invasión de los Países Bajos, limitándose a la de Bélgica. El ejército alemán se ve obligado a comprimirse en la estrecha frontera belga, con lo que ve frenada su velocidad. En segundo lugar, el plan original propugna una débil línea de defensa en el Sur, donde se espera que Francia ataque y avance. Un éxito francés allí atraería más tropas, con el consiguiente debilitamiento del importantísimo tramo final de la línea, en el Norte. Esas tropas francesas irían a añadirse a las que quedarían encerradas en la bolsa que tenían prevista los alemanes. Pero Moltke no puede permitir la pérdida de territorio alemán alguno, por lo que refuerza el ala Sur al precio de debilitar la Norte, con lo que se invierten los planes.

La opinión pública catalana, ante la Primera Guerra Mundial, se divide en germanófilos y aliadófilos. Los primeros son partidarios del triunfo de los imperios centrales, i los aliadófilos, partidarios de la victoria de las potencias aliadas. En general, son germanófilos los sectores sociales más conservadores: algunos dirigentes de la Lliga e intelectuales como Pere Bosch i Gimpera i Jordi Rubió. Los aliadófilos son mayoritariamente personas de ideología liberal, de izquierdas o nacionalistas, como Antoni Rovira i Virgili, Gaziel, Ignasi Iglesias, Josep Clarà i Amadeu Vives. En cambio, el movimiento obrero, encabezado por los sindicalistas de la CNT, mantiene siempre una actitud neutral, porque entiende que el conflicto obedece a intereses imperialistas.

La neutralidad española en la Primera Guerra Mundial supone un estímulo para la economía del país y el comienzo de un período de prosperidad. Las industrias de los estados beligerantes han de reconvertirse en industrias bélicas, con lo cual estos países incrementan la demanda de productos del extranjero. La economía española, y la catalana en particular, aumentan la producción y la exportación, tanto de productos industriales como de productos agrarios. Esto supone un enriquecimiento para algunos sectores industriales, comerciantes e intermediarios. Pero es un crecimiento especulativo. También supone un aumento de la inflación, mientras que los salarios no crecen al mismo ritmo. Cuando acabe la guerra las exportaciones bajarán en picado y se disparará el paro.

España declara, en la fecha, su neutralidad en la Primera Guerra Mundial que acaba de estallar. El último día de julio, Eduardo DATO, jefe del Gobierno, ha comunicado a ALFONSO XIII, que se encuentra veraneando en Santander, la decisión del Gobierno de mantenerse neutral en el conflicto. Decisión que también cuenta con el aplauso de la opinión pública. España, cuyos objetivos en política exterior son Gibraltar y Marruecos, no coincide con los intereses de la Triple Alianza ni con los de la Triple Entente. Por otra parte, la escasa fuerza militar y naval, el creciente déficit presupuestario y el escaso desarrollo de la industria y del comercio, dejan pocas opciones para la participación en la guerra mundial. De todas maneras, por un lado estaba el bando de los “aliadófilos” (integrado por la mayoría de los intelectuales, el socialismo y los políticos de izquierda) y por otro, el de los “germanófilos” (donde estaba la extrema derecha, los políticos conservadores y las bases del partido liberal).

Serbia declara la guerra a Alemania.

Austria-Hungría declara la guerra a Rusia.

Von Spee evita un ataque naval anglo-japonés en Kiaochow, posesión alemana en China, y, en la fecha, huye por el Pacífico hasta las Malvinas donde llegará, después de sortear mil obstáculos, a principios del mes de diciembre de este mismo año.

Mientras los alemanes invaden Bélgica, una fuerza expedicionaria británica desembarca en Calais, Ostende y Dunkerque (Francia), al mando de sir John French. De esta manera Gran Bretaña asegura a Francia su asistencia después de algunos titubeos, ya que una parte del gabinete británico es partidaria, al menos, de una pasajera neutralidad y dos ministros dimiten. El último empujon para su entrada en la guerra lo da la penetración alemana en Bélgica.

Del 8 al 14 de agosto las tropas alemanas avanzan por Bélgica como un alud.