A mediados de septiembre de 1955, James Dean rueda un anuncio televisivo patrocinado por el Consejo Nacional de Seguridad Viaria. El actor Gig Young, en funciones de entrevistador, le hace varias preguntas, y Dean, según el guión escrito, recomienda prudencia a los jóvenes, advirtiéndoles del riesgo que representa rebasar la velocidad autorizada para circular en las carreteras norteamericanas…

El 30 de septiembre de 1955, el flamante Porsche 550 Spyder plateado, conducido por el actor James Dean, a 170 km por hora, se estrella contra otro vehículo. Dean viajaba para competir en una carrera automovilística que se celebraba en Salinas (California). Dean se murió en el momento oportuno, dirá Humphrey Bogart, que fallecerá devorado por el cáncer apenas dos años más tarde, dejó tras de sí una leyenda. Si hubiera vivido, nunca hubiese sido capaz de vivir con arreglo a su publicidad. James Dean se convertirá en un mito que perdurará en la historia del cine y en el imaginario colectivo.

Franco recibe en el Pardo a John Foster Dullles, secretario de Estado estadounidense. El régimen franquista ha conseguido triunfar en el concierto internacional: un mes más tarde ingresará en la ONU.

Es llamativo constatar cómo grandes revoluciones pueden comenzar con gestos aparentemente minúsculos y sin importancia. Así, el 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks, sube al autobús en la Avenida Cleveland camino a casa luego de una larga jornada de trabajo. Toma asiento en el departamento de los negros. A medida que recorre las calles, el vehículo se llena lentamente. Al poco tiempo, el chofer se acerca a ella y le ordena que deje su lugar para un pasajero blanco que acaba de subir. No hay otro asiento libre, así que tendrá que ceder su sitio a este pasajero blanco y proseguir de pie el resto del trayecto. En una reacción sin precedentes para la comunidad de Montgomery, la señora Parks, serena pero firmemente, se niega.

El resultado inmediato es su detención. La noticia circulará como reguero de pólvora por la ciudad, y la imagen de la policía arrestando a una mujer de porte humilde y equilibrado, de la que no puede imaginarse ni sombra de provocación, causa su impacto. Pronto los líderes negros se ponen en campaña, y la circunstancia hace surgir en la escena al joven pastor de una iglesia bautista local, quien, desconocido hasta ese momento, será luego admirado en todo el mundo como uno de los máximos paladines de los derechos civiles del siglo XX: el Reverendo Martin Luther King Jr.

El clérigo, no sólo tiene el carisma y la voluntad inquebrantable, sino también un método de lucha: la resistencia pacífica concebida por el Mahatma Gandhi para expulsar al Imperio Británico de la India. Determinan llevar a cabo un boicot a los autobuses. Clandestinamente diseminan un panfleto instando a la comunidad negra a abstenerse de usar el servicio a partir de la mañana del 5 de diciembre. Y el efecto es fulminante. Puesto que dos tercios de los usuarios son de color, los autobuses viajan vacíos como fantasmas; la gente camina hasta sus lugares de trabajo, a veces recorriendo ocho o nueve kilómetros, o se organiza colectivamente en taxis y autos particulares. Todo se realiza en silencio, sin incidentes y con la cabeza alta. La protesta atrae la atención de todo el país, pero lo que comienza siendo una acción casi espontánea acaba en un movimiento prolongado que pone a prueba la madurez de toda una colectividad. Los blancos no relegan fácilmente sus privilegios; se producen arduas negociaciones, procesos legales, amenazas telefónicas y personales, arbitrariedades y represión manifiesta, y la aparición siempre cobarde e intimidatoria del ominoso Ku Klux Klan. El propio Martin Luther King es encarcelado, su casa bombardeada y su reputación jaqueada con calumnias. Sin embargo, no ceja, y la comunidad negra tampoco.

El secretario de Estado estadounidense John Foster Dulles declara a la revista Life que «el arte necesario» para un estadista es «la habilidad de llegar hasta el borde de la guerra sin meterse en ella», y añade que «si te da miedo llegar hasta el borde, estás perdido». De aquí nace la definición de la «Política del brinkmanship» (algo así como la «política del borde del abismo»).

El Plan para la Liberación Pacífica del Tibet, es implantado pero no sobre todo el territorio, por cuanto las regiones de Kham Oriental y Amdo son consideradas como provincias chinas, llevándose a cabo una reforma radical de la tenencia de las tierras. En junio de 1956 y a consecuencia de esta reforma, estalla una rebelión en estas dos regiones, la cual, respaldada por la CIA estadounidense , se extiende hasta Lhasa. Esta rebelion será reprimida de forma sangrienta.

Son muchas las citas de MAO en la que este minusvalora el poder del imperialismo, calificándolo de tigre de papel. En 1956, por ejemplo, aludió a Hitler, al zar de Rusia, al emperador de China y al imperialismo japonés. Concretamente, Mao, en una conversación con des personalidades de América Latina, dijo: “Todos ellos han sido derribados –señaló–, el imperialismo norteamericano no lo ha sido aún y tiene la bomba atómica. Estoy seguro de que asimismo caerá. También es un tigre de papel”. Por otra parte, a finales de la década de 1950 Mao entraba en la última parte de su vida política y proclamaba que el problema básico de China era el riesgo de restaurar el capitalismo. Muchos de sus viejos compañeros del Partido Comunista, que habían luchado a su lado por la revolución, fueron denunciados y perseguidos como seguidores del camino capitalista.

EEUU. y las otras potencias occidentales desoyen las peticiones de ayuda desde una Hungría a punto de ser aplastada por el coloso soviético. No mueven ni un dedo. El secretario de Estado norteamericano, John Foster Dulles, lo deja claro: «No vemos a esta nación como a un aliado militar potencial». El único país que se ofrece para ayudar militarmente a Hungría es la España franquista. Sin embargo, la oferta no se ha concretado. Pero constituirá lo que posteriormente se denominará «una historia romántica», que quedará rodeada por el misterio.