Los turcos seljúcidas roban y matan a muchos peregrinos que van a Tierra Santa y, con el tiempo, constituyen un peligro incluso para el imperio bizantino, que ha ido reduciendo su extensión. Al verse en apuros, el emperador de Bizancio pide ayuda al papa URBANO II.
HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA. De Constantino al Concilio de Trento (313 - 1545)
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HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA. De Constantino al Concilio de Trento (313 - 1545)
Las cruzadas para liberar a Tierra Santa del dominio musulmán: gran momento épico de la Iglesia medieval.
Las cruzadas para liberar a Tierra Santa del dominio musulmán constituyen el gran momento épico de la Iglesia medieval. Coinciden con el renacer del entusiasmo religioso -la Iglesia salía del «Siglo de hierro»- y con la afirmación del prestigio y poderío papal. Se pueden concebir y valorar sólo teniendo presente que son genuina expresión del cristianismo, el cual, habiendo resurgido con nuevo vigor, tomó conciencia de su fuerza. Los pueblos de Occidente, amalgamados por un vínculo común y básico -el cristianismo- se unieron para oponerse a la presión de Oriente. Motivo inmediato de las cruzadas fue el deseo de tener libre acceso a los lugares donde había transcurrido la vida de Cristo, y desde donde su religión se esparció por el mundo.
Sustancialmente las cruzadas nacen de un grandioso movimiento de fervor religioso.
A esto se unía el estímulo de la humillación: en efecto, los santuarios más importantes del cristianismo estaban en manos de los infieles y los turcos se mostraron intolerantes y crueles. Sustancialmente, pues, las cruzadas nacen de un grandioso movimiento de fervor religioso. Por su parte, los caballeros -aquella institución por la cual se ponía al servicio del bien el espíritu militar y aventurero, domado y purificado por el influjo de la Iglesia- dirigen este movimiento y le confieren el espíritu guerrero que les es propio. No pueden despreciarse otros elementos e intereses que facilitan el surgimiento de las cruzadas: en los nobles, el afán de conquistar; en los comerciantes, el deseo de abrír nuevas rutas a su tráfico, en los siervos de la gleba, el anhelo da la libertad. Las cruzadas, por otra parte, constituyeron un claro expansionismo feudal, como consecuencia del crecimiento demográfico y económico de Occidente.
URBANO II, en el Concilio de Clermont (Fr), predica la necesidad de que los cristianos reconquisten Tierra Santa.
El papa URBANO II, en el Concilio de Clermont (Francia), predica la necesidad de que los cristianos reconquistaran Tierra Santa y decreta que queda excomulgado «ipso facto» todo aquel que no respete los lugares santos o, en caso de guerra, no respete a la población civil. En consonancia con ello, URBANO II convence a los príncipes cristianos para que olviden sus diferencias terrenales y se unan en la alta misión de liberar el Santo Sepulcro, como símbolo del contraataque cristiano ante las repetidas y exitosas invasiones musulmanas. El Papa dice: «Un pueblo maldito, un pueblo sin Dios, ha atacado, saqueado e incendiado con violencia la tierra de Cristo… Notificamos a todos cuantos tomen las armas contra los infieles la remisión total de las penas por sus pecados, y a aquellos que caigan en la lucha santa, la recompensa de la vida eterna»
URBANO II concede una indulgencia plenaria a cuantos participen en la Primera Cruzada ccntra el Islam.
URBANO II concedió una indulgencia plenaria a cuantos participaran en aquella Primera Cruzada contra el Islam, y la multitud, enardecida, rompió a gritar: ¡Dios lo quiere!, grito que pronto se convertiría en lema de los cruzados. Miles y miles de cristianos de toda clase y condición -principalmente franceses ya que el papa URBANO II pasó varios meses por Francia predicando la cruzada- «tomaron la cruz», y como los legionarios de Constantino antes de la batalla de Puente Milvio, se «cruzaron», es decir, pintaron cruces en sus escudos y las cosieron a sus ropas sobre el hombro izquierdo. No hay noticias de indulgencias generales antes del s. XI. A partir del siglo XII, la práctica comenzará a extenderse por toda la Iglesia. Se otorgará indulgencia plenaria a los que participan en las diversas cruzadas y a los obispos se les permite conceder las mismas en la dedicación de Iglesias y sus aniversarios.
NICÉFORO II Focas proclama que los caídos contra los musulmanes merecen la palma del martirio.
Sin embargo, los cristianos de Oriente, no conciben la guerra de la misma manera que los de Occidente. Su iglesia rehusa la idea de la guerra santa y la concepción occidental de la Cruzada es lejana y extraña. Cuando el emperador bizantino NICÉFORO II Focas quiere proclamar que los guerreros caídos en los combates contra los musulmanes merecen la palma de mártires, choca con la resuelta oposición del patriarca y del clero. La regla monástica de las iglesias orientales, propugnada por san Basilio, niega la comunión durante tres años a todo aquel que haya matado a un enemigo. Por otra parte la peregrinación al reino de Jerusalén, al que Chipre pertenece, no despierta aquí el mismo entusiasmo que en Occidente. Contra el Islam, más que un combate religioso, Oriente organiza un intento de reforma doctrinal.
La llamada a la Cruzada tiene un eco imponente. Los cruzados hacen una gran matanza en el camino.
La llamada a la Cruzada tiene un eco imponente, no sólo entre los nobles y los caballeros, a quienes iba dirigida principalmente, sino también entre los campesinos, los artesanos y hasta entre las mujeres. Los motivos para ir a la «guerra santa» son, no obstante, muy distintos; es probable que oscilen entre la simple huida de unas condiciones de vida penosas y la auténtica creencia en la salvación, pasando por la esperanza de conseguir un rico botín. Se han reclutado ejércitos en toda Europa y en agosto de 1096 comienza la marcha a Palestina bajo el signo de la cruz (1096-1099). Los cruzados hacen una matanza de judíos durante el verano de 1096 en Trier, Worms, Mainz, Colonia, por dondequiera que avanzan a lo largo del Main y el Danubio.
FELIPE I, rey de Francia, no apoya la Primera Cruzada, a causa de su conflicto con URBANO II.
FELIPE I, rey de Francia, no apoya personalmente la Primera Cruzada a causa de su conflicto con el papa URBANO II.
Los «cruzados» de Pedro el Ermitaño son aniquilados por los turcos selyúcidas.
Pedro el Ermitaño y sus «cruzados» llegan a Constantinopla, donde el emperador griego ALEJO I Comneno les facilita buques para el paso del Bósforo. A principio de agosto atraviesan el Bósforo y prosiguen su descontrolado avance. ALEJO I ha aconsejado a Pedro el Ermitaño que acampe y espere a los otros cruzados que provienen del resto de Europa, pero los lugartenientes de Pedro se desesperan y deciden seguir la travesía animados por los botines que consiguen en el camino, marchan hacia Nicea con un ejército de unos 20.000 integrantes pero son emboscados por los turcos. En Nicea son aniquilados por los turcos selyúcidas. Pedro el Ermitaño y un reducido número de supervivientes regresan a Constantinopla, donde esperarán la llegada de los caballeros cruzados de la Primera Cruzada.
Pedro el ermitaño reúne una abigarrada muchedumbre de 100.000 personas.
Pedro el ermitaño reúne una abigarrada muchedumbre de 100.000 personas, entre hombres, mujeres y niños. La mayoría carece de armas, otros se llevan las herramientas, enseres de la casa y ganados, como si se tratara de un corto viaje. Atraviesan Alemania, Hungría y los Balcanes, creyendo siempre que la ciudad próxima será ya Jerusalén. Saquean las aldeas y roban el ganado por el camino para alimentarse, por lo que los gobernantes de de las regiones por las que pasan se ven obligadas a darles suministros o a usar la fuerza para librarse de ellos. En algunas ciudades atacan a los judíos y sus propiedades.

